Rafael Sánchez Ferlosio
escritor, es un esfuerzo continuo y deliberado por objetivar y clarificar, desprendiéndose
en el proceso de la pesada carga del Ferlosio persona o personaje. Dejando
aparte sus arremetidas saludables a toda una serie de naderías, sinsustancias y
lugares comunes que pueblan la literatura, la historia y otras realidades
evanescentes, se diría que el sentimiento profundo que Ferlosio toma como base
de su obra, no muy extensa pero cualitativamente excelsa, es una profunda tirria
a sí mismo. «Ojo conmigo», avisa al lector en uno de sus libros de ensayos en
píldoras. Quizás no es al lector desprevenido a quien se dirige el aviso; quizás
es, en primer lugar y sobre todo, al propio Ferlosio. Se observa, se analiza,
se espía a hurtadillas, y finalmente concluye que no es de fiar.
Ferlosio se ha ocupado con un exceso de modestia, pero también de sinceridad, en
desacreditar buena parte de las cosas que ha escrito. Salva el Alfanhuí, un
pecadillo inocente de juventud; pero condena sin remisión El Jarama. Puede que
tenga sus razones para hacerlo, pero en su día nos enredó como pardillos a
muchos, que celebramos en ese libro el renacimiento de la gran tradición de la novela en la
mísera realidad literaria de nuestros años cincuenta. Aunque yo lo leí ya en los
sesenta, por imperativos generacionales fácilmente explicables.
Hoy no refrendaría aquel
primer deslumbramiento. De hecho, intenté releerlo hará un par de años, y lo
dejé a un lado pasadas pocas páginas. La veta hiperrealista de narradores como Laforet,
Aldecoa, Martín Gaite, López Salinas y otros aún, quedó en la literatura del (anti)franquismo como un mero rito de paso de la ficción hacia otros territorios. Carmen
Martín Gaite, que aparece en la fotografía de arriba junto a Rafael, se reinventó a sí
misma en una escala literaria más amplia a partir de El cuarto de atrás. Sus mejores títulos son los posteriores a ese
hito. También los Goytisolo, Juan y Luis, evolucionaron hacia estructuras más
complejas y ambiciosas. O García Hortelano. A Cela y a Umbral, la verdad, no
les aprecié nunca.
Ferlosio fue
seguramente el primero de todos ellos en considerar agotada la veta de la que fluyó
El Jarama; pero él tomó una dirección diferente a la de los demás. No volvió nunca a la ficción,
si excluimos El testimonio de Yarfoz, un pedazo de prosa sin principio ni final
que nos vendió como fragmento de una novela o novelón histórico (que nunca
escribió) sobre algo que llamó las “guerras barcialeas”.
Encontró mayor gusto
e interés en el estudio de la lengua y de diversas disciplinas antiacadémicas,
y en el ensayo erudito, unas veces extenso y otras concentrado en “pecios”, no
del todo aforismos sino más bien iluminaciones.
El hecho de que se
haya muerto un día cualquiera, sin avisar, sin partes médicos emitidos de hora
en hora, en silencio, casi de puntillas, es seguramente una declaración de
principios, o un movimiento táctico de repliegue.
Ojo con Ferlosio.