Diario de campaña
No seguí el debate de
anoche en la televisión. Cuento con dos buenas excusas: una, estoy en Grecia, y
por consiguiente alejado del ojo del huracán mediático; y dos, ayer el Barça se
jugaba el pase a semifinales de la Champions. Ninguna de las dos objeciones es estrictamente
de fuerza mayor, pero hay una tercera mucho más indiscutible: son años ya en
los que no sigo los debates de campaña televisados, ni siquiera dándose las
mejores condiciones para la audiencia. Me parecen show business, en el peor sentido de la expresión.
Llámenlo pasotismo.
Nunca falto a mi cita con las urnas, y en general no me afecta el mal de la
indecisión: tengo claro casi siempre a quién he de votar, quiénes son “los míos”
en cada turno de elecciones. Si no soporto los debates de campaña es por otra
clase de pasotismo: los encuentro de una vaciedad insoportable, por los muy
escasos reflejos de realidad que se cuelan en el plató.
Vamos a los
ejemplos. Leo en la prensa que Inés Arrimadas criticó a Pedro Sánchez y aseguró
que este va a dejar el ministerio de Economía en manos de “los comunistas de Podemos”.
Es una percepción interesante, un spoiler
en la actual fraseología de los audiovisuales, y me habría gustado que
diese más detalles sobre cómo lo sabe, y en quién está pensando Sánchez para un
puesto tan comprometido y apasionante. Pero el hilo se quedó sin continuidad.
Cayetana Álvarez de
Toledo pontificó que el presidente del gobierno es “el vanidoso útil del
separatismo”, una frase que huele de lejos a laboratorio de los think tanks; demasiado elaborada para
ser espontánea, y demasiado parabólica para calar en una audiencia recalentada más proclive
a las pulsiones primarias, al tiro con bala rasa ("Sánchez es ETA", por ejemplo). María Jesús Montero replicó a
Arrimadas que el milagro económico del PP está en la cárcel (cierto, pero solo
en una mínima parte), e Irene Montero reprochó a Álvarez que en su particular
idea del feminismo las violaciones no son para tanto.
Todo ello se reduce, me temo, o bien a descalificaciones gratuitas ad personam, o bien a juicios
de intenciones; y no responde al enunciado de un debate sobre programas. No surgió, al menos en
las reseñas de los periódicos, nada más sobre los temas de la economía y el
trabajo, lo que indica que la acusación de Arrimadas no era un spoiler, sino un mcguffin.
Mientras, la Junta
Electoral hace un favor a Vox al no dejarle participar en estos happenings mediáticos. Vox crece desde
el tuit y el uachá. En formato grande y con discurso largo, no es nada. Una
aparición en batería con el resto de candidatos (no hay candidatas en esta
ocasión al sillón presidencial; tomen nota) revelaría el secreto hasta ahora
mejor guardado de su formación: que Santiago Abascal no es distinto de los
demás, que está hecho de la misma pasta terrenal, tiene sus limitaciones como
todos y ninguna luz interior lo ilumina con un aura de salvador.
Abascal se vería obligado
a funcionar en línea con el resto del elenco. Tal vez aseguraría que Sánchez se
sienta a la mesa con pederastas, violadores y asesinos; pero eso ya lo han
dicho otros antes.