Diario de campaña
«Nos han tomado el
pelo porque no estábamos en el gobierno”, ha dicho Pablo Iglesias en uno de sus
vehementes discursos de campaña.
Se refería a Pedro
Sánchez, o al PSOE en su conjunto, sin nombrarlos. Ahora bien, es cierto que a
la formación de Iglesias el destino la ha tratado con escasa consideración;
pero la cuestión, a lo que entiendo, es más compleja de lo que cabría entender por una tomadura de pelo.
Podemos fue determinante
en el éxito de una moción de censura en la que muy pocos creían (el más
significado de todos los incrédulos, Mariano Rajoy, se preparaba para gobernar
mil años más). Después llegó a un compromiso con el PSOE de Sánchez (siempre es
necesario precisar, tratándose del PSOE: existe el de Sánchez y existe otro, y
los dos no se llevan nada bien) para unos presupuestos de fuerte carácter
social.
Sánchez se atuvo a
lo pactado hasta el final, pero los presupuestos no alcanzaron la mayoría
necesaria. El hombre de Waterloo defenestró por el camino a Pascal y a
Campuzano, reorganizó su minoría de bloqueo, y proclamó el No es No.
El compromiso por
los presupuestos decayó a partir de ese momento. Grandes temas pendientes quedaron
en el limbo de los futuribles. Los sindicatos mayoritarios en primer lugar, y
Podemos desde formulaciones más genéricas, han reprochado a Sánchez que en ocho
meses de gobierno no haya tenido tiempo para sacar adelante la contrarreforma
laboral, y situar las cosas en un terreno menos incómodo para los trabajadores
y las fuerzas de progreso en general.
No está tan claro
que eso sea así. La primera parte de esos ocho meses críticos estuvo dominada
por la negociación de los presupuestos; no era el momento de avanzar con decretos
que comprometerían de inmediato el objetivo perseguido. En la segunda parte de
ese lapso, la llamada a las urnas y la fragilísima mayoría más virtual que
real en la permanente del Congreso no permitían demasiadas aventuras. Se han
legislado cosas que no tropezaban con vetos tajantes de piezas concretas del puzle
sedicentemente mayoritario. El tema laboral no era una de esas cosas.
Al margen de si se
pudo o no se pudo hacer más en esos ocho meses vertiginosos, la correlación de
fuerzas había cambiado sustancialmente de un día para otro. La correlación de
fuerzas tiene una densidad física; los equilibrios se deshacen y se recomponen en
función de un simple vector cuyo sentido o cuya fuerza ha variado siquiera
mínimamente. En este caso jugaron la perspectiva electoral inmediata, que
obligaba a todos los sujetos actuantes a tentarse la ropa en un momento sorpresivo
en el que no contaban con verse interpelados ante el electorado, y la irrupción
de Vox, que desestabilizaba todo el planteamiento anterior de las dos derechas
parlamentarias.
Así, Vox ha
empujado hacia un costado del tablero a populares y ciudadanos, y ha dejado en
el centro un vacío que el PSOE (el de Sánchez y también el otro) se ha
apresurado a ocupar.
El centro tiene un
valor añadido cuando es centro físico, de gravedad; y no solo geométrico. Ese
valor consiste en que todo lo que pesa, a favor o en contra, orbita en torno
suyo.
Casado parte en
esta singladura electoral con la convicción de que un 23% de voto le permitiría
soslayar la pérdida del centro y gobernar con sus aliados.
Sería una
catástrofe, desde luego. Los peajes que habría de pagar ese conglomerado
ultraderechizado serían terribles. Fuera de Europa y fuera de los mercados, su
porvenir quedaría reducido a la bata de cola, la peineta y el cubata al sol del
Mediterráneo. En Bruselas hay preocupación. The
Economist, un órgano influyente que representa intereses de orden global, acaba
de pedir un voto “muy mayoritario” a Sánchez para que pueda formar un gobierno en
solitario fuerte, capaz de afrontar los retos difíciles que se avizoran.
Es un guiño, por
supuesto, a las dos almas diferenciadas del PSOE. Sánchez tendría, en ese caso,
que lidiar de alguna forma consigo mismo o con sus demonios interiores, y
lograr una síntesis de componenda. La Europa hoy existente y los mercados
globales, que aman sobremanera las componendas lampedusianas, respirarían. La
gobernanza global y las troikas no apuestan en este momento por el trumpismo de
los casados y los riveras, y menos aún por el lepenismo de los abascales.
De no conseguir Sánchez
una victoria holgada en solitario, hipótesis muy poco probable, pero
sí una preeminencia, habrá de elegir pareja de baile para gobernar. Y una tentación
marcada, tanto interna del partido, como externa desde las coordenadas de la
geopolítica y los intereses de las patronales, sería rescatar a Ciudadanos del
marasmo y colocarlo en el gobierno como contrapeso y control a posibles pasos a
la izquierda del psoesanchismo.
A Podemos le
habrían tomado el pelo, una vez más.
La opción que me
parece ampliamente preferible es la de un gobierno PSOE-Podemos, que sea capaz
de sumar sinergias, librando al elemento principal del binomio de la inercia y
del conformismo que podría reaparecer de inmediato en su praxis, y librando
también al elemento complementario de adanismos y redentorismos que no han
beneficiado en absoluto su trayectoria desde el momento en que apareció en un
escenario político español tenebrista, como la luz al final del túnel.