jueves, 18 de abril de 2019

"NOS HAN TOMADO EL PELO"


Diario de campaña

«Nos han tomado el pelo porque no estábamos en el gobierno”, ha dicho Pablo Iglesias en uno de sus vehementes discursos de campaña.

Se refería a Pedro Sánchez, o al PSOE en su conjunto, sin nombrarlos. Ahora bien, es cierto que a la formación de Iglesias el destino la ha tratado con escasa consideración; pero la cuestión, a lo que entiendo, es más compleja de lo que cabría entender por una tomadura de pelo.

Podemos fue determinante en el éxito de una moción de censura en la que muy pocos creían (el más significado de todos los incrédulos, Mariano Rajoy, se preparaba para gobernar mil años más). Después llegó a un compromiso con el PSOE de Sánchez (siempre es necesario precisar, tratándose del PSOE: existe el de Sánchez y existe otro, y los dos no se llevan nada bien) para unos presupuestos de fuerte carácter social.

Sánchez se atuvo a lo pactado hasta el final, pero los presupuestos no alcanzaron la mayoría necesaria. El hombre de Waterloo defenestró por el camino a Pascal y a Campuzano, reorganizó su minoría de bloqueo, y proclamó el No es No.

El compromiso por los presupuestos decayó a partir de ese momento. Grandes temas pendientes quedaron en el limbo de los futuribles. Los sindicatos mayoritarios en primer lugar, y Podemos desde formulaciones más genéricas, han reprochado a Sánchez que en ocho meses de gobierno no haya tenido tiempo para sacar adelante la contrarreforma laboral, y situar las cosas en un terreno menos incómodo para los trabajadores y las fuerzas de progreso en general.

No está tan claro que eso sea así. La primera parte de esos ocho meses críticos estuvo dominada por la negociación de los presupuestos; no era el momento de avanzar con decretos que comprometerían de inmediato el objetivo perseguido. En la segunda parte de ese lapso, la llamada a las urnas y la fragilísima mayoría más virtual que real en la permanente del Congreso no permitían demasiadas aventuras. Se han legislado cosas que no tropezaban con vetos tajantes de piezas concretas del puzle sedicentemente mayoritario. El tema laboral no era una de esas cosas.

Al margen de si se pudo o no se pudo hacer más en esos ocho meses vertiginosos, la correlación de fuerzas había cambiado sustancialmente de un día para otro. La correlación de fuerzas tiene una densidad física; los equilibrios se deshacen y se recomponen en función de un simple vector cuyo sentido o cuya fuerza ha variado siquiera mínimamente. En este caso jugaron la perspectiva electoral inmediata, que obligaba a todos los sujetos actuantes a tentarse la ropa en un momento sorpresivo en el que no contaban con verse interpelados ante el electorado, y la irrupción de Vox, que desestabilizaba todo el planteamiento anterior de las dos derechas parlamentarias.

Así, Vox ha empujado hacia un costado del tablero a populares y ciudadanos, y ha dejado en el centro un vacío que el PSOE (el de Sánchez y también el otro) se ha apresurado a ocupar.

El centro tiene un valor añadido cuando es centro físico, de gravedad; y no solo geométrico. Ese valor consiste en que todo lo que pesa, a favor o en contra, orbita en torno suyo.

Casado parte en esta singladura electoral con la convicción de que un 23% de voto le permitiría soslayar la pérdida del centro y gobernar con sus aliados.

Sería una catástrofe, desde luego. Los peajes que habría de pagar ese conglomerado ultraderechizado serían terribles. Fuera de Europa y fuera de los mercados, su porvenir quedaría reducido a la bata de cola, la peineta y el cubata al sol del Mediterráneo. En Bruselas hay preocupación. The Economist, un órgano influyente que representa intereses de orden global, acaba de pedir un voto “muy mayoritario” a Sánchez para que pueda formar un gobierno en solitario fuerte, capaz de afrontar los retos difíciles que se avizoran.

Es un guiño, por supuesto, a las dos almas diferenciadas del PSOE. Sánchez tendría, en ese caso, que lidiar de alguna forma consigo mismo o con sus demonios interiores, y lograr una síntesis de componenda. La Europa hoy existente y los mercados globales, que aman sobremanera las componendas lampedusianas, respirarían. La gobernanza global y las troikas no apuestan en este momento por el trumpismo de los casados y los riveras, y menos aún por el lepenismo de los abascales.

De no conseguir Sánchez una victoria holgada en solitario, hipótesis muy poco probable, pero sí una preeminencia, habrá de elegir pareja de baile para gobernar. Y una tentación marcada, tanto interna del partido, como externa desde las coordenadas de la geopolítica y los intereses de las patronales, sería rescatar a Ciudadanos del marasmo y colocarlo en el gobierno como contrapeso y control a posibles pasos a la izquierda del psoesanchismo.

A Podemos le habrían tomado el pelo, una vez más.

La opción que me parece ampliamente preferible es la de un gobierno PSOE-Podemos, que sea capaz de sumar sinergias, librando al elemento principal del binomio de la inercia y del conformismo que podría reaparecer de inmediato en su praxis, y librando también al elemento complementario de adanismos y redentorismos que no han beneficiado en absoluto su trayectoria desde el momento en que apareció en un escenario político español tenebrista, como la luz al final del túnel.