En principio, el
hecho de que Elsa Artadi, candidata a la alcaldía de Barcelona, no sepa el
color asignado a las líneas 1, 4 y 5 del metro, no es un impedimento descalificante.
Tampoco lo sería su ignorancia sobre el número del autobús que lleva a Collblanc
o a Bon Pastor. El mapa de Barcelona que todos tenemos en la cabeza es por
fuerza incompleto, hecho de rutinas y de trayectos estereotipados, repetidos
una y mil veces al hilo de los días. Y con toda seguridad, el mejor alcalde
potencial no es la persona que almacene más datos por el estilo en la memoria.
Me parece más
significativa la excusa que dio la candidata de Junts x Catalunya: que ella “ahora”
va siempre en coche oficial, y “cuando trabajaba” (sic), utilizaba los
Ferrocarriles de la Generalitat.
Se deduce que una
de las ventajas de haber dejado de “trabajar”, es el poder trasladarse de un
lugar a otro de la ciudad en coche oficial. Con chófer, porque la chica “no
conduce”.
La siguiente
pregunta pertinente sería qué hace ahora en la vida Elsa Artadi, si ya no
trabaja y se presenta como candidata a la alcaldía sin un conocimiento siquiera
somero de la red metropolitana de transporte público.
Esa pregunta, sin
embargo, está ya contestada desde hace tiempo. Es economista, hizo un master en
Harvard becada por la Fundación de la Caixa, fue consultora del Banco Mundial
en Washington, y se distinguió especialmente en la etapa de la vigencia del 155
como coordinadora interdepartamental, cargo en el que mereció elogios de Soraya
Sáenz de Santamaría: «Luego dirá lo que quiera fuera de su trabajo, pero aquí
está “cumpliendo”».
Ahora que ha dejado
de trabajar en lo suyo, se dedica a la propaganda en favor de Carles
Puigdemont. La labor que espera hacer en Barcelona, en el improbable caso de
que reúna los apoyos suficientes para gobernar la Casa Gran, será posiblemente
la de aprontar financiación para la causa a la que se dedica. Extracción de
plusvalías, lo llaman los expertos.
El único metro que
le interesaría a Elsa Artadi sería uno que condujera derechamente a Waterloo.
O al Banco Mundial,
Washington.