Diario de campaña
Xavier Vidal-Folch
sintetiza hoy con justeza en elpais el programa económico del PP. Lo califica
de provocación. Y no es solo del PP, por lo demás, sino de las tres derechas
mancomunadas. De las tres. No hay disonancias de fondo en este aspecto, a pesar
del exabrupto de Feijoo («¡qué coño sabe Vox de nada!»). Las únicas
discordancias entre las tres plataformas obedecen a una competición pueril
entre los tres tenores, para ver cuál de ellos mea más lejos.
Esto es lo que
escribe Vidal-Folch: «En síntesis apretadísima, el programa
fiscal del PP consiste en bajar los impuestos a los ricos y reducir los
ingresos de los pobres. En resumen menos apretado, eso se traduce en bajar el
impuesto de sociedades (por debajo del 20%), suprimir al 99% el de sucesiones
(herencias) y al 100% el de patrimonio, podar a fondo el impuesto sobre la
renta (40% el tipo máximo), rebajar el salario mínimo (a 850 euros) y pegar un
hachazo a las pensiones.»
No es un programa engrescador para la ciudadanía de a pie,
que es la que vota en último término, pero ellos están decididos a seducirla con músicas
marciales como primera providencia, y luego a imponer lo anunciado por las buenas o
preferiblemente por las malas. Empezando por Cataluña.
Se prevén turbulencias, claro está, pero para ellas disponen
los tenores de un remedio específico de cuya eficacia probada se hacen
cruces. A saber, proseguir el trayecto completo de ida sin vuelta, desde el aburrido Estado
Social de otras épocas y prolongando la actual transición encarnada en el
Estado Deudor, hacia el genuino, el único, desconfíe de las imitaciones, Estado
Policial, aquella tierra de promisión que fue la
verdadera gran innovación que nos dejó el franquismo como sistema de gobierno.
Hemos comprobado ya que las cloacas policiales del Estado
han estado en pleno funcionamiento en la última etapa, bajo la prudente gestión
del Beato Jorge Fernández Díaz y la supervisión del enigmático M. Rajoy, seudónimo utilizado
en los papeles de Bárcenas para designar a una eminencia gris que aún no ha
podido ser adecuadamente identificada.
Marlaska declara que ahora no ocurre así, que no hay cloacas. Y no hay razón para no creerle. Pero sí hay razón suficiente para añadir, a los
puntos económicos enumerados arriba por Vidal-Folch, una reivindicación más en
el programa de las derechas, no explícita pero tampoco desdeñable: el retorno
jubiloso de las cloacas policiales como instrumento represivo subterráneo y eficaz
contra la previsible rebelión de los débiles.
Frente a este
viento de fronda, la izquierda aparece bastante más desarticulada. Al PSOE de
Pedro Sánchez se le suponen todas las debilidades del PSOE que fue de Rodríguez
Zapatero, olvidando que no ha habido entre los dos una sucesión natural sino
una cesura traumática. Dice Martín Landa, en un artículo reciente publicado en
Nueva Tribuna: «Sin Podemos, o con un Podemos debilitado
y que no sume para poder condicionar las políticas sociales y el giro a la
izquierda, sencillamente volverán los titubeos del PSOE timorato de siempre.»
Descuida Landa dos cuestiones importantes: primera, que
los titubeos de Podemos, y su participación activa en el deshilachamiento de
una opción conjunta de izquierda en el país, han sido en la última época mucho
más visibles y graves que los del PSOE. Podemos, para decirlo en plata, no
puede erigirse hoy en garante de nada, en la política nacional. El regreso de
Pablo Iglesias después de los preceptivos cuarenta días practicando el ayuno y la
oración en el desierto no mediático, no ha aportado ninguna novedad sustancial.
Se ha dolido del espectáculo gratuito dado por su formación a la ciudadanía, y
ha seguido en las mismas después de pedir perdón. Si quiere crédito, habrá de
ganárselo.
Segunda, ese “volverán los titubeos del PSOE” si no hay
ministros de Podemos en el gobierno, parece más una condición impuesta para la
coalición, que una profecía insuficientemente fundamentada. El espectáculo
bochornoso de Madrid se produjo por una injerencia del mismo tipo, encaminada a
prevenir potenciales "titubeos" de Manuela Carmena.
La izquierda debe pensar en grande, en este trance.
Reformar el Estado con una mayor ambición de intervención y de innovación en
las políticas públicas, con una amplia apertura de campo a la negociación
social realmente paritaria y a la protección al trabajo asalariado, desprovista
de toda idea de caridad hacia el pobre, sino al contrario de procura de una
mayor eficiencia y democracia en los mecanismos de producción de bienes y
servicios. El Estado debe avanzar además con decisión en la transición hacia
energías limpias, consciente del cambio de paradigma económico y social que esa
transición implica. Debe finalmente intervenir en Europa desde una posición
clara respecto de lo que le corresponde hacer a Europa y lo que le toca a
España dentro de una Europa realmente unida.
Pensar en grande. Isabel Celaá, Magdalena Valerio, Teresa
Ribera o María Jesús Montero me parecen en este momento garantías más sólidas
en ese camino que la reclamación genérica de ministros “de Podemos”. Estaríamos
interesados, en el mejor de los casos, en saber a quiénes proponen, y para qué.
Esto es política, y no un juego de rol. El 28-A todos nos jugamos mucho.