El problema de Pablo
Casado como líder de la gran derecha es que no da la imagen. Lo veo en elpais
predicar el Apocalipsis cum figuris
en Barcelona, con rascacielos en primer plano y el mar al fondo. Prendida a su
micrófono, una consigna: «PP Valor Seguro». Ahí es donde falla.
“Seguro que se da
la hostia”, musita el electorado de orden. Mariano generaba insatisfacción por
el costado contrario: «Mariano Valor Inseguro». Nunca se sabía si iba o si
venía, y al principio aquello generó cierta emoción, “¿irá? ¿vendrá? ¿hasta
dónde llegará?”, hasta que quedó claro que ni iba ni venía a ninguna parte, que
su lugar estaba en la mesa camilla, arrimado al brasero, impertérrito.
Algo inadmisible
para los tiburones de la Banca, de la Bolsa y de la CEOE, necesitados de un
látigo de siete colas que fustigue permanentemente al rojerío, al separatismo,
al populismo, al feminismo, al ecologismo, al reformismo y al sindicalismo, ese
totum revolutum asociado
indisolublemente en su inconsciente colectivo a Maduro y a esas mozuelas de
Femen que aparecen de improviso y revientan los simposios patrocinados por sus
firmas enseñando las tetas pintarrajeadas al aire.
El sucesor natural
de Mariano, y su contraveneno efectivo, era, no nos engañemos, Rodrigo Rato, el único
tiburón de casta capaz de asegurar con un acento convincente y sin que se le
escape la risa: “No he sido yo, ha sido el mercado”. Rodrigo, de forma
lamentable, ha quedado fuera de la circulación para una larga temporada. Son
los gajes de una carrera marcada por el riesgo del emprendimiento creativo.
De forma que, a
falta de Rodrigo, se apostó por este chiquillo, sobre el que todos coinciden en
que le falta un hervor. Pero lo que es caña, la daba.
Cierta caña, con
todo, resulta contraproducente. Hablar de las manos tintas en sangre de Pedro
Sánchez es pasarse de vueltas. Alguien podría pensar por asociación de ideas en
la sangre de los astados sacrificados en la fiesta nacional. Las manos tintas en sangre de, un decir, Morante de la Puebla, después de hundir el estoque hasta el puño en la cruz de un morlaco, es ¿quién lo duda? un activo importante de la reciedumbre viril de nuestra idiosincrasia. Debería haberse
añadido entonces a la afirmación de Pablo una nota a pie de página haciendo constar que no, que la sangre en
cuestión es la de los patriotas venezolanos de la oposición a Maduro.
Pero aun así, la
metáfora resultaría poco afortunada. Contrasta demasiado con ese eslogan que
resalta el vocablo “seguro” colocado en el micrófono de Pablo. El electorado de
la gran derecha añora la sensación de saberse en una fortaleza inexpugnable, arrullado
por los toques de clarín de un gobierno leal a la causa, que le aligerará de
impuestos societarios y desahuciará con diligencia y limpieza a los inquilinos
morosos que pueblan los apartamentos de las fincas urbanas puestas en alquiler
por sus sociedades de inversión.
Alberto Carlos
Rivera es otra alternativa, pero tiene el mismo defecto que Mariano el Inseguro: nadie
sabe qué dirección va a tomar el minuto siguiente. “¡Vamos, Ciudadanos!” Pero
no dice dónde. Y Santi Abascal, que sí es inequívoco, conduce derechamente al
latifundio, que no está mal en sí mismo, pero cada vez rinde menos. La España
vacía resulta ser, precisamente, la de los latifundios. Poco porvenir, por muchas rogativas que se hagan al Santo Niño de los Remedios.
En la tesitura,
Pedro Sánchez podría delinearse como la opción menos mala para la gran derecha.
Los think tanks de los lobistas están
ya meditando estrategias de futuro para atar corto a un eventual gobierno rojo,
sin hacer demasiados ascos a sus manos tintas en sangre de opositores
venezolanos.