domingo, 15 de diciembre de 2019

COYUNDAS RESONANTES DEL VALENTINO Y LA VIRAGO



Retrato de Caterina Sforza, por Lorenzo di Credi. Pinacoteca Comunale de Forlí. A la izquierda, por la ventana, bella panorámica de la Rocca de Forlí.


Ha vuelto a llover mucho en Atenas; bien preparado como estoy, he aprovechado para avanzar en mis lecturas. Una de ellas es la historia de los Borgia, por Paul Strathern. Allí he encontrado este sucedido verídico, que me apresuro a compartir.

En 1499 César Borgia, liberado ya por su padre el Papa del cardenalato para cumplir objetivos militares ineludibles, entró en Milán con las tropas del rey francés Luis XII. Era el paso siguiente en una ambiciosa campaña de reconquista de la Romaña para el papado. César había sido nombrado antes duque de Valentinois y se había casado con una princesa (no la prevista en principio) de sangre real, que garantizaba la alianza entre Francia y los Borgia (Milán correspondería a Luis XII en el reparto; la Romaña, a Alejandro VI).

El duque de Valentinois, llamado entonces en toda Italia “il Valentino” (1), se hizo con el apoyo crítico de tropas francesas y suizas más una sustancial artillería, arte por entonces novedoso que aún no había entrado de forma afianzada en los manuales militares, y comenzó su propia campaña de conquista de los pequeños señoríos romañolos. La entrada en Imola fue un cataclismo; los temibles alabarderos suizos mostraron su propensión, afinada en siglos posteriores, a apoderarse sin contemplaciones de los ahorros ajenos. A la rapiña añadieron la violación masiva y sin distinciones de solteras, casadas y mozalbetes.

La señora de Imola, Caterina Sforza, huyendo de la quema se refugió en la Rocca (la fortaleza) de Forlí. No era la primera vez que lo hacía. Años antes su primer marido, Girolamo Riario, al mando entonces en Imola, había sido acuchillado por los Orsi, que ambicionaban el cargo, en el curso de un conspire. Caterina pudo salvarse acogiéndose a la Rocca. La Rocca tenía fama de inexpugnable. Los Orsi le pusieron sitio y exigieron a la viuda su rendición a cambio de la vida de sus dos hijos pequeños, que guardaban como rehenes.

Es el mismo dilema que se planteó a Guzmán el Bueno en Tarifa, y la respuesta fue la misma en sustancia, aunque con una variante vistosa. Caterina era una mujer hermosa (vean arriba su retrato) e indómita. Se asomó a las almenas y se levantó las faldas hasta la cintura. Debajo no llevaba otra cosa que lo que le concedió natura. El toisón pelirrojo debía relucir a los rayos del sol. “Mirad bien, dicen que dijo a los sitiadores. Si matáis a mis hijos, tengo todo lo necesario para hacer otros.”

Los Orsi abandonaron el asedio; lo suyo no es equiparable a la visión que derribó del caballo a Pablo de Tarso en el camino de Damasco, pero los efectos vinieron a ser similares. Caterina recibió desde entonces el sobrenombre de la Virago, a medias infamante y admirativo. Es decir, la mujer que tenía los redaños que se le suponen a un hombre.

En la Rocca de Forlí la Virago, dueña de todos sus encantos a sus treinta y siete años, volvió a verse asediada, ahora por il Valentino, un pipiolo de veinticuatro. Antes ella había consolado su viudez con algunos muchachos jóvenes, y se había vuelto a casar con un miembro de la rama menor de los Médici florentinos, que la dejó viuda de nuevo (2).

Il Valentino se comportó con caballerosidad para con ella, hasta que se cansó. Primero la bella sitiada afirmó que solo se rendiría ante el papa, y mandó a Roma una carta metida en un cilindro hermético, en la que se allanaba a entregar la plaza sin condiciones; pero la carta había sido pasada por las ropas de un hombre muerto por la peste. Solo una indiscreción del mensajero en una noche de borrachera libró al papa Borgia de una muerte súbita.

Luego Caterina invitó a César a entrar en el castillo para discutir cara a cara con ella las condiciones de la entrega. César se avino, pero cruzó el foso con armadura y a caballo. Eso le salvó. Pudo recruzar el foso bajo una lluvia de flechas y regresar más o menos ileso a su campo.

Il Valentino no era persona que se tomara ese tipo de contratiempos con deportividad. Los generales franceses que le respaldaban mantenían la opinión de que no se debía bombardear a una sitiada del bello sexo, pero él empezó a batir las murallas con su propia artillería. Los franceses decidieron entonces hacer una excepción a sus altos ideales. Los cañones batieron sin descanso los muros durante diez días hasta abrir una brecha por la que se colaron los temibles suizos. La Virago fue apresada y presentada ante il Valentino. Para no correr más riesgos con una persona tan peligrosa, César decidió no perderla jamás de vista, llegando incluso al extremo de encerrarse en la habitación de ella por las noches.

La aventura de la Romaña finalizó poco después, cuando Ludovico Sforza, pariente de Caterina, se lanzó a la reconquista de Milán. Los franceses dejaron el ejército de César para atender a la emergencia, y este se encaminó a Roma. Allá la Virago fue guardada en unas estancias de los jardines del Belvedere, con toda clase de consideraciones, hasta que intentó una fuga excesivamente audaz. Alejandro VI la encerró entonces en el Castel Sant’Angelo, del que salió meses después convertida en una ruina, y solo debido a la intercesión poderosa de Yves d’Alègre, el general francés siempre caballeroso.

La Virago murió poco tiempo después, a los cuarenta y siete años, en un convento de Florencia. Nunca quiso hablar de lo que había ocurrido entre il Valentino y ella en los meses de cohabitación forzada. Se ha especulado mucho sobre si hubo sadismo o ternura en el Borgia, y si hubo rechazo o colaboración por parte de ella. A lo más que nos permiten aproximarnos los documentos de la época es a las palabras de la propia Caterina, ya muy cerca del final, cuando alguien le pidió que dejara testimonio escrito de su desventura. Dijo: «Si escribiera lo que ocurrió, el mundo se quedaría estupefacto.»


(1) El remoquete pudo inspirar siglos más tarde a Rodolfo Guglielmi para darse el nombre de Valentino cuando intentaba abrirse paso en Hollywood. A imagen de la divisa Borgia, «O César, o nada», Rodolfo pudo haber adoptado la de «O Valentino, o nada».

(2) De ese matrimonio había nacido Giovanni dalle Bande Nere, condottiero renombrado y héroe nacional italiano. Pero esa es otra historia.