Auto de fe en la Plaza Mayor de
Madrid, obra de Francisco Rizi que se conserva en el Museo del Prado. El suceso
tuvo lugar el 30 de junio de 1680, y duró todo el día. Estuvo presidido por los
reyes Carlos II y María Luisa de Borbón, y por el Inquisidor General, que a la
sazón era el obispo de Plasencia Diego Sarmiento de Valladares.
En la portada de
elpais de hoy coinciden la inmunidad reconocida por el Tribunal Europeo a Oriol
Junqueras y un trabajo erudito para desmontar el constructo edificado con
materiales de derribo por Doña Elvira Roca Barea (Imperiofobia) con la loable finalidad de demostrar la existencia
de una constante propaganda antiespañola, la llamada “leyenda negra”, no solo
en la época en la que el imperio filipino se extendía a las Yndias próvidas,
sino incluso ahora que no existe más imperio español que el de las estadísticas
del Real Madrid en la Champions League.
El cotejo de los
dos textos publicados en elpais permite la deducción, no demasiado arriesgada,
de que Doña Elvira y su cohorte de admiradores considerarán el reconocimiento
de la inmunidad parlamentaria europea de Junqueras como un hito más, demostrativo
de las maniobras turbias de la Antiespaña eterna.
No es necesariamente
así. La decisión del TJUE también puede ser vista como una reparación de las
normas del estado de derecho, frente a las decisiones impetuosas pero poco
escrupulosas de los fiscales españoles, más atentos al fondo imaginado de la
cuestión (“rebelión violenta”, sea cual sea el encaje de la figura en los
códigos vigentes) que a las formas y las garantías que la idea democrática
exige para todos sin excepción, y no únicamente para los “nuestros”.
De modo que la
sentencia europea no valida el procesismo, sino que es únicamente la
salvaguarda de un derecho individual (que puede extenderse a Puigdemont y a
Comín) frente a una arbitrariedad jurídica de orden secundario. Esto es algo
que también debería ser tenido en cuenta por el independentismo, demasiado proclive
a euforizarse pensando que «Europa nos apoya» debido a la tan repetida
confusión, característicamente española por lo demás, entre lo político y lo
jurídico, nacida tal vez con el desempeño de Fray Tomás de Torquemada al frente
del Tribunal de la Inquisición. Según la leyenda negra Fray Tomás se pasó tres
pueblos en la represión de la herejía; en la visión de Doña Elvira, el único
problema que tenemos los españoles es que nos falta autoestima.
Sin embargo, los
luteranos, los judaizantes, los calvinistas, los puritanos, las brujas y otras gentes
aún, heterodoxas en el sentido más amplio de la palabra, ardieron en hogueras
minuciosamente preparadas por las autoridades españolas después de procesos
puntillosos. Miguel Delibes dejó constancia de aquel clima religioso y social
en El hereje, una novela monumental.
La libertad de
opinión y de expresión no estaban en vigor entonces, y todo se reducía a la
dialéctica desigual entre el “nosotros”” y el “ellos”, al espíritu de cruzada y al "a por ellos, oé”. Y quizá tiene razón a sensu contrario Doña Elvira al
considerar que esa estructura mental se ha prolongado indefinidamente en el tiempo y
sigue de alguna forma vigente, después de tanta agua como ha pasado bajo los
puentes.
Dice Doña Elvira
que el problema de fondo es que nos falta autoestima; puede también que en
muchas ocasiones nos sobre prepotencia.