Milagros Pérez
Oliva se aplica en elpais.cat a extraer lecciones del resultado electoral en
Gran Bretaña, y nos explica con su lucidez habitual cómo un mentiroso
congénito, facha, elitista y fanfarrón, es capaz de seducir y de conseguir los
votos de aquellas capas vulnerables de la población que deberían precisamente movilizarse
“en contra” de ese programa que les condena a la marginalidad y a la miseria; a
más marginalidad y miseria de la que
ya padecen.
Mientras tanto, el
socialismo laborista, “preso de sus ambigüedades tácticas y con un líder poco
valorado”, ha conseguido introducir en el debate electoral los temas más
candentes de una agenda social, pero ha fracasado cuando ha intentado resultar
creíble haciendo pedagogía en el filo de la navaja con destino a su propia clientela.
De hecho, la apuesta
perdedora de Corbyn podría resumirse (esto lo digo yo, no mi admirada Milagros)
así: “Brexit sí, pero guardando las formas y con una agenda social añadida.”
Subrayo que la
apuesta ha sido perdedora. Lo ha sido debido a la tremenda polarización social,
cuando el tema decisivo para todos era “Brexit Sí o No”. En una circunstancia tal,
tratar de virar el debate hacia la precarización del Servicio Nacional de la
Salud, tenía un efecto de sustitución de la cuestión polémica y directamente
polarizadora, por otra prioridad muy respetable pero distinta. El resultado ha
sido que el considerable esfuerzo del equipo laborista se ha visto desbaratado
por la apasionada “convicción” de Johnson acerca de las bondades de un Brexit
capaz de poner a Europa de rodillas.
No es que la masa
de votantes de clases desfavorecidas (incluidas capas medias precarizadas) ignore
lo que les conviene. Es que no se creen que ni el partido laborista británico
de un lado, ni las instituciones europeas y globales del otro, estén por la
labor de tratarles como ellas estiman que se merecen.
Lo cual tiene ecos
lejanos y repercusiones en sordina, también en nuestras latitudes. No estaría
de más una mayor decisión por parte de nuestra socialdemocracia vincente, y una mayor concreción de un
programa radical en el sentido justo de la palabra, lo cual significa más o
menos que no debe partir de la premisa de no molestar a la gran patronal en los
temas sociales, ni a los patriotas del arriba España en los temas de encaje
constitucional.
En cuanto al procés, tiene importancia en esta
coyuntura, claro está, pero no tanta. Suele decirse que el gran problema de
España hoy es Cataluña, pero es más cierto que el procesismo es solo una parte
de Cataluña. Enredado en su laberinto, el impulso secesionista catalán sigue
dividiéndose e intrincándose, y ahora ya solo reclama diálogo para obtener más
monólogo.
La búsqueda de un
gran consenso social no pasa por hacer que se sientan cómodos con la política
gubernamental de la coalición que finalmente surja, ni el patrón Garamendi, ni
el obispo Cañizares ni el president Puigdemont.
Ninguno de los tres quiere dialogar, sino mantener todo el tiempo posible su
desafío particular al consenso general.