Retrato de Marcel Proust, por
Jacques-Émile Blanche.
Ediciones del
Subsuelo publica en español el libro del crítico francés Thierry Laget sobre el
revuelo mediático causado en Francia por la concesión del premio Goncourt a
Marcel Proust, por À l’ombre des jeunes
filles en fleur. La decisión del jurado, por seis votos contra cuatro, tuvo
lugar el 10 de diciembre de 1919, hará justamente un siglo dentro de unos días.
Los editores españoles han añadido al título original de Laget (“Proust, premio
Goncourt”) la apostilla “Un motín literario”.
Marcel Proust era en
1919 una figura conspicua y levemente ridícula que aparecía de cuando en cuando
en la sección de los ecos de sociedad de la prensa parisina bien pensante: esnob, adinerado, judío, viejo (48 años), enfermo y sexualmente ambiguo. Llevaba
años aspirando a la gloria literaria, pero la gloria literaria le rehuía. La
editorial Gallimard rehusó publicar Du
côté de chez Swann, concebida como la primera parte de un ciclo de varias novelas.
Luego la editorial se arrepintió y no solo editó la segunda parte, sino que le
hizo una propaganda fervorosa, hasta el punto de que Paul Claudel describió À l’ombre… como un “gallimardtías”.
Frente a Proust, en
la recta final de aquel premio de 1919, estaba Roland Dorgelès, patriota y
soldado, con un libro sobre la vida y la muerte en las trincheras de la guerra
mundial recién concluida: Les croix de
bois, las cruces de madera. Historias de heroísmo, de sacrificio en el
altar de la patria. Era un contrincante temible, aunque hoy su nombre no
aparezca en ningún canon literario y ningún editor acaricie la idea de
resucitar en el mercado el libro que pudo triunfar.
El motín literario
fue más bien, entonces, un motín extraliterario. No se discutieron tanto dos artefactos
literarios como dos ideas generales, y más allá, dos formas opuestas de
compromiso del arte con una u otra visión de la realidad y de la cotidianidad.
Los miembros del jurado se decantaron por la opción que les pareció más
consistente a largo plazo, y en la perspectiva se puede afirmar que no se
equivocaron.
No era tan fácil,
sin embargo. Hoy conocemos completo el proyecto de Proust en la Recherche; entonces, la Recherche no existía como tal. Era fácil
confundir las disertaciones minuciosamente distribuidas por el narrador en
frases con frecuencia interminables, con un murmullo literario confuso y
carente de sentido: le pasó a André Gide, le pasó a Anatole France (“la vida es
demasiado corta y Proust demasiado largo”), me pasó a mí cuando empecé a
leerlo.
Con el tiempo, À l’ombre… se ha convertido en un florón
indiscutible para el prestigio del premio que obtuvo. Se ha dicho que no fue
Proust quien ganó el Goncourt, sino el Goncourt quien ganó a Proust. Es cierto
de algún modo. Proust aparece hoy, triunfal, en la colección de cromos del
Goncourt. No aparece, en cambio, en la del Nobel de literatura, que pasó
olímpicamente tanto de Proust como de Dorgelès. En 1919, el premiado por el
comité de la Academia sueca fue el escritor suizo Carl Spitteler. La Academia se
ha distinguido en numerosas ocasiones por su tendencia repetitiva a tirarse al
palo contrario, como algunos porteros ante el penalti.