viernes, 13 de diciembre de 2019

UN MUNDO ENCABRONADO



Mercadillo callejero de los viernes en Egáleo: un lugar idóneo para meditar sobre la globalización. (Foto, Carmen Martorell)


Boris Johnson se ha salido con su mayoría absoluta, y la Gran Bretaña irá al Brexit duro. Posiblemente se deje jirones en la operación: esos jirones podrían llamarse Escocia e Irlanda del Norte, territorios en los que las embestidas del Pájaro Loco están provocando un resurgimiento de los impulsos centrífugos que ya antes estuvieron a punto de acabar con el Reino Unido y con su símbolo inevitable y eviterno, la Queen.

La pregunta que procede en este ápice de la coyuntura es si el mundo va a cambiar a partir de ahora, o si seguiremos teniendo el mismo mundo de antes, solo que en un grado más avanzado de encabronamiento. Todos los inputs estaban ya dados de antes: la financiarización campa por sus respetos; la locomotora estadounidense tira millas a pesar de ser consciente de que cada vez son más los vagones desenganchados del convoy, incluso en el propio territorio; y la Unión Europea está practicando un seguidismo vergonzante en lugar de plantear una alternativa acorde con el grado de civilización que se supone a las viejas tradiciones del continente.

La victoria de Johnson representa, así, un éxito del «sálvese quien pueda», eslogan muy en uso en los naufragios de los grandes paquebotes. Algunos teóricos de la izquierda aseguran que se trata del naufragio nada menos que del capitalismo. No me lo parece: Lo que viene a resultar, creo yo,  es que el capitalismo está barriendo con todo lo demás. Incluido el planeta.

Dejó escrito Carlos Marx que un gran sistema económico no muta en otro nuevo mientras el viejo no ha agotado todas sus posibilidades. No es necesario tomar al pie de la letra al Barbudo de Tréveris en esta profecía. Por ejemplo, eso significaría que el feudalismo desapareció de la faz económica de la Tierra con el advenimiento del capitalismo; y sin embargo el feudalismo, o cuando menos un avatar novedoso del viejo feudalismo, está de vuelta en la constitución de constelaciones de empresas dominantes, precarias y sumergidas, que entran desigualmente en la composición de la actual red de relaciones económicas en el neocapitalismo postindustrial, y se comportan entre ellas en términos de señorío y vasallaje.

Pero sí se le puede conceder “algo” de razón a la profecía de Marx, y en ese algo me baso para argumentar que nos encontramos ante una nueva posibilidad del mismo mundo encabronado, caracterizada por la proyección política imparable de un grave hecho previo, ocurrido a mediados de los años setenta del siglo anterior: la rotura consciente de los lazos sociales establecidos, la negación, la fragmentación en cachos minúsculos del trabajo y de la sociedad que trabaja, en un mundo liderado por las corporateds. Es ese “pecado original” el que está dando al traste con todo un formidable esfuerzo secular anterior, en pro de la libertad, la igualdad, la fraternidad, la cohesión, la inclusión, la solidaridad, y el derecho a la autonomía de las partes en el interior de un sistema amable, “de rostro humano” como se decía en tiempos. 

Ahora las cosas van por otro camino: la amabilidad no está de moda, y el encabronamiento prevalece. Un botón, como muestra: los insultos en twitter a Greta Thunberg, icono mundial de la lucha contra el cambio climático, que han sido recogidos y estudiados por Borja Andrino, Jordi Pérez Colomé y Rubén Rodríguez, y presentados en elpais (1).

Los autores han analizado más de 400.000 tuits españoles, emitidos entre el 20 de noviembre y el 11 de diciembre; unos 70.000, originales, y el resto retuiteados. Primera constatación: el 66% provienen de varones, el tercio restante de mujeres. Los calificativos insultantes varían levemente en un caso y en otro: los varones prefieren llamarla histérica, estúpida, puta y majareta; las mujeres optan por marioneta, niñata y loca. Todos ellos se comportan como si la descalificación de Greta hubiera de significar el punto final de la lucha contra la contaminación y en favor de las energías limpias y de un futuro sostenible. Greta ejerce de muñeca vudú en la que se clavan más y más alfileres con la intención de hacer daño a otras personas, a otras autoridades, a otras concepciones del mundo que resultan, al parecer, extraordinariamente molestas para esas personas.

Puede en definitiva que el final del capitalismo venga a coincidir con el fin del mundo. Habrá sido un éxito formidable para los accionistas y los propietarios de las patentes que configuran el mundo actual tal como es, pero será un éxito difícilmente aprovechable. Esa es la razón por la que algunos seguiremos proponiendo, con amabilidad pero también con firmeza, una alternativa radicalmente diferente.