Josep Maria Oller, catedrático
de Estadística de la UB (foto de Ángel Guerrero, publicada en El Triangle).
Tres catedráticos
de Estadística, Josep M. Oller (Universidad de Barcelona), Albert Satorra
(Pompeu Fabra) y Adolf Tobeña (Autónoma de Barcelona), han estudiado la
trayectoria del sentimiento de identificación nacional en Cataluña entre 2006 y
2019. Sus conclusiones son abrumadoras: el independentismo como proyecto
político nació en 2012, cuando Artur Mas le dio carácter oficial; antes no
existía como tal, y desde ese momento se ha difundido rápidamente top
down (de arriba abajo) mediante una campaña intensiva de propaganda en los
medios audiovisuales en lengua catalana, fundamentalmente TV3, la Gran Herramienta
del procesismo. El contagio ha sido desigual: afecta sobre todo a las personas
arraigadas en el país, cuya lengua materna es el catalán, y que gozan de una posición
social acomodada. De forma simétrica, ha generado un rechazo creciente en
estratos de habla castellana y bajo nivel de renta, que no consumen los contenidos,
tanto informativos como en programas de entretenimiento, de la cadena televisiva
catalana.
En una entrevista
en El Triangle (1), Oller habla de “conflicto civil inducido”, y de un grupo
social «consciente de que es poco más que un cero a la izquierda para la
Generalidad, y que a veces se siente abandonado incluso por el Gobierno
español.» Hay un peligro cierto además, dice, de que si solamente se alcanza un
pacto de élites entre Madrid y Barcelona, el conflicto cierre en falso y ese grupo
social ─amplio, marginado, resentido─ no se sienta incluido en la solución.
En el cuerpo
social, como en anatomía, los tejidos que no se resanan de forma adecuada, se
infectan y tienden a agravar las patologías.
Sin embargo, el “relato”
procesista sostiene que no hay ningún indicio de fractura social, que el
movimiento reivindicativo ha crecido bottom
up (de abajo arriba) como una exigencia popular generalizada, que la
democracia florece en el país y que todo el mundo tiene libertad para
expresarse, y si no la tiene es por culpa de la opresión ejercida desde fuera.
Los estadísticos arriba
citados constatan que eso no es así; hablan de “fractura afectiva” y de “divisiones
etnoculturales no suturadas”. Quienes vivimos en el ojo del huracán conocemos de primera
mano la reacción impaciente habitual entre las clases catalanas bienestantes; lo hemos
oído muchas veces, en conversaciones informales que tienen lugar en las terrazas, en las barras de las cafeterías, en la cola de
las cansaladeries y en otros ámbitos
parecidos, en los que el senado popular dictamina: “Pues si esto no les gusta,
que se vayan a su tierra.”
Es una solución,
claro. Hay quien la está adoptando ya, incluso. Pero se van con sus ahorros, en
algunos casos con las pequeñas o medianas empresas que crearon aquí. Como pasa en el Reino Unido con el Brexit, aquí se tiende a pensar que si la gente trabajadora se va pero los capitales se quedan, no hay problema, todo es miel sobre hojuelas.
Cataluña
ha dejado de ser la primera región industrial de España; la gran mayoría de
comarcas ha perdido población en los últimos años; los jóvenes emigran, en
particular los jóvenes con estudios universitarios. Son cosas que dan que pensar.
¿Es ese el futuro que queremos para la tierra que tanto amamos todos?
(1) https://www.eltriangle.eu/ca/entrevistes/el-claustre-no-pot-parlar-nom-tema-politic_104527_102.html