domingo, 29 de diciembre de 2019

UNA RADIOGRAFÍA DEL INDEPENDENTISMO CATALÁN



Josep Maria Oller, catedrático de Estadística de la UB (foto de Ángel Guerrero, publicada en El Triangle).


Tres catedráticos de Estadística, Josep M. Oller (Universidad de Barcelona), Albert Satorra (Pompeu Fabra) y Adolf Tobeña (Autónoma de Barcelona), han estudiado la trayectoria del sentimiento de identificación nacional en Cataluña entre 2006 y 2019. Sus conclusiones son abrumadoras: el independentismo como proyecto político nació en 2012, cuando Artur Mas le dio carácter oficial; antes no existía como tal, y desde ese momento se ha difundido rápidamente top down (de arriba abajo) mediante una campaña intensiva de propaganda en los medios audiovisuales en lengua catalana, fundamentalmente TV3, la Gran Herramienta del procesismo. El contagio ha sido desigual: afecta sobre todo a las personas arraigadas en el país, cuya lengua materna es el catalán, y que gozan de una posición social acomodada. De forma simétrica, ha generado un rechazo creciente en estratos de habla castellana y bajo nivel de renta, que no consumen los contenidos, tanto informativos como en programas de entretenimiento, de la cadena televisiva catalana.

En una entrevista en El Triangle (1), Oller habla de “conflicto civil inducido”, y de un grupo social «consciente de que es poco más que un cero a la izquierda para la Generalidad, y que a veces se siente abandonado incluso por el Gobierno español.» Hay un peligro cierto además, dice, de que si solamente se alcanza un pacto de élites entre Madrid y Barcelona, el conflicto cierre en falso y ese grupo social ─amplio, marginado, resentido─ no se sienta incluido en la solución.

En el cuerpo social, como en anatomía, los tejidos que no se resanan de forma adecuada, se infectan y tienden a agravar las patologías.

Sin embargo, el “relato” procesista sostiene que no hay ningún indicio de fractura social, que el movimiento reivindicativo ha crecido bottom up (de abajo arriba) como una exigencia popular generalizada, que la democracia florece en el país y que todo el mundo tiene libertad para expresarse, y si no la tiene es por culpa de la opresión ejercida desde fuera.

Los estadísticos arriba citados constatan que eso no es así; hablan de “fractura afectiva” y de “divisiones etnoculturales no suturadas”. Quienes vivimos en el ojo del huracán conocemos de primera mano la reacción impaciente habitual entre las clases catalanas bienestantes; lo hemos oído muchas veces, en conversaciones informales que tienen lugar en las terrazas, en las barras de las cafeterías, en la cola de las cansaladeries y en otros ámbitos parecidos, en los que el senado popular dictamina: “Pues si esto no les gusta, que se vayan a su tierra.”

Es una solución, claro. Hay quien la está adoptando ya, incluso. Pero se van con sus ahorros, en algunos casos con las pequeñas o medianas empresas que crearon aquí. Como pasa en el Reino Unido con el Brexit, aquí se tiende a pensar que si la gente trabajadora se va pero los capitales se quedan, no hay problema, todo es miel sobre hojuelas.

Cataluña ha dejado de ser la primera región industrial de España; la gran mayoría de comarcas ha perdido población en los últimos años; los jóvenes emigran, en particular los jóvenes con estudios universitarios. Son cosas que dan que pensar. ¿Es ese el futuro que queremos para la tierra que tanto amamos todos?