viernes, 6 de diciembre de 2019

EL TIRANO (II). TRUMP SECUNDUM SHAKESPEARE



Orson Welles, en un fotograma de la película ‘Macbeth’ (1948), dirigida y protagonizada por él, con Jeanette Nolan en el papel de Lady Macbeth.


Stephen Greenblatt disecciona al tirano tipo, descrito por William Shakespeare en diferentes obras, según el método de los ángulos oblicuos que he procurado explicar en un post anterior (1). Como su disección ocupa muchas páginas, yo las resumo aquí en una breve síntesis que también, y no por casualidad, es oblicua. La intención de Greenblatt viene a resumirse en una desvaloración del mandato presidencial de Donald Trump; la mía, voy a dejarla sin expresar.

Estas son las características del tirano secundum Shakespeare, que Greenblatt relaciona de forma no expresa con la ascensión de Trump a la Casa Blanca:

1. El tirano surge de una polarización política extrema en un país. En momentos de una confrontación radical entre dos opciones, el rival político se desliza inevitablemente a la categoría de un enemigo al que conviene eliminar como sea. El fin justifica los medios; todo vale, y no se admiten las posiciones templadas ni las medias tintas. Se pertenece a un partido (a un bando, a una facción), con todas sus consecuencias, incluidas las no deseadas en principio. Tal sucedió, por ejemplo, con Ricardo de Gloucester (III) como culminación de la guerra de las Dos Rosas en Inglaterra, y con Julio César en la guerra civil en la que degeneró la república romana.

2. El aspirante a tirano shakespeariano utiliza lo que Greenblatt denomina un “populismo fraudulento”. Adula al pueblo y lo manipula con promesas de prosperidad o de redención deslumbrantes, que generan en los sectores más crédulos de la población la ilusión de una nueva Jerusalén celeste donde manarán de forma espontánea ríos de leche y de miel. Todo ello es falso, porque lo que mueve al tirano en su ascenso es un narcisismo exacerbado, un deseo compulsivo de dominio. No es un líder surgido del pueblo; más cierto es que odia al pueblo. Coriolano, ejemplo extremo de esta actitud, fracasa en su intento de llegar a tribuno de Roma por su incapacidad de reprimir su visión de patricio y su asco visceral a la plebe. Ricardo de Gloucester, que siente el mismo odio, en su escalada inverosímil hacia el poder lejano se siente capaz de ocultarlo con éxito, como muestra este parlamento de la tercera parte de Enrique VI: «¡Diantre! Puedo sonreír y asesinar mientras sonrío, puedo gritar: “Contento” a lo que desuela mi corazón; puedo mojar mis mejillas con lágrimas hipócritas y arreglar mi cara según las circunstancias.»

3. El tirano cuenta con numerosos cómplices para afirmar su dominio. Este es un punto crucial: no es posible la tiranía sin complicidades. El tirano suele finalizar la parábola de su trayectoria en la soledad más absoluta, como veremos después; pero en sus inicios cuenta con un gran número de voluntades a su disposición. Greenblatt esboza una tipología somera de los cómplices, a partir del Ricardo III. Son estos:

a) En primer lugar los que, «auténticamente engañados por Ricardo, dan validez a sus pretensiones, dan crédito a sus promesas y toman al pie de la letra sus demostraciones de emoción.»

b) «Los que se sienten atemorizados o impotentes ante la intimidación o la amenaza de violencia.»

c) Los que se sienten atraídos irresistiblemente a normalizar lo que no es normal, porque no consiguen creer que las verdaderas hechuras del tirano sean las que saltan a la vista.

d) Los que, aun captando la maldad auténtica del tirano, confían en que las cosas seguirán a fin de cuentas su curso normal. “La sensatez se impondrá”, piensan, cuando la sensatez ha sido ya desplazada por la desmesura.

e) Los que se convencen a sí mismos de que pueden sacar provecho personal de la ascensión al poder del tirano.

f) Y finalmente, está «una variopinta multitud de individuos que ejecutan las órdenes del tirano. Unos a regañadientes, ansiosos simplemente de no meterse en líos; otros, de mil amores, con la esperanza de obtener de paso algún beneficio para sí mismos…» Y añade Greenblatt, oblicuando a conciencia fuera del contexto de la obra que analiza: «Al aspirante a tirano no le faltan nunca gentes de esta calaña, tanto en Shakespeare como, por lo que yo sé, en la vida real.»

4. El tirano llega por fin a ostentar el poder que ambicionaba, y entonces genera un caos que se desborda más y más. «Los tiranos por lo general carecen por completo de competencia administrativa y de visión de lo que significa un cambio constructivo … Incluso sociedades relativamente sanas y estables tienen pocos recursos, pensaba Shakespeare, que les permitan mantener a raya el daño causado por alguien lo bastante despiadado y carente de escrúpulos, y tampoco están equipadas para hacer frente a los gobernantes legítimos que empiezan a dar muestras de un comportamiento inestable e irracional.»

5. El fin de la aventura llega por la incapacidad del tirano de controlar los acontecimientos, a partir del derrumbe de las esperanzas colectivas puestas en su figura carismática. Dicho de otra forma, a partir de los efectos del desencanto en un número creciente de personas que regresan poco a poco desde la obnubilación al sentido de la realidad.

Entonces, a cada paso dado por el tirano florece un “traidor”, y la represión de los traidores engendra nuevas traiciones. Es el bosque de Birnam, como en Macbeth, que se alza contra la fortaleza de Dunsinane y le pone cerco. El tirano acaba su trayectoria solo, temeroso de las sombras, de las consejas y de los presagios. Su ambición desatada, su deseo de dominio, se disuelven en el absurdo, como en el famoso parlamento del mismo Macbeth: «La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y se agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más…; un cuento narrado por un idiota con estrépito y furia, y que nada significa.»

El baño de sangre que corona algunas de las biografías teatrales de tiranos de Shakespeare no es preceptivo para esta breve historia; sí lo son la huella negativa, la conmoción profunda que dejan en el reino, la violencia, las penalidades, la dificultad para enderezar las cosas.

Sostiene Greenblatt que Shakespeare pensaba, hacia el final de su carrera como dramaturgo, que la mayor esperanza para acabar con la tiranía radica precisamente en la imprevisibilidad de la vida colectiva, en el número incalculable de factores que actúan en todo momento. Llega un punto en que la sociedad se niega a marchar al paso de las órdenes dictadas por un autócrata al que los acontecimientos han dejado claramente atrás. El hilo sutil que ha unido la ambición de dominio del tirano con las expectativas colectivas de mejora de la situación, se rompe en pedazos.

Pero siempre queda entonces una deuda muy pesada por pagar, y un difícil camino de regreso hacia la normalidad, hacia el reconocimiento de los derechos de las personas y las colectividades, hacia la igualdad de oportunidades como aspiración, hacia la democracia como marco de convivencia.


(1) El lector desprevenido podrá encontrar el texto anterior al que me refiero en http://vamosapollas.blogspot.com/2019/12/el-tirano-i-la-mirada-oblicua.html