Orson Welles, en un fotograma de la película ‘Macbeth’
(1948), dirigida y protagonizada por él, con Jeanette Nolan en el papel de Lady
Macbeth.
Stephen Greenblatt
disecciona al tirano tipo, descrito por William Shakespeare en diferentes obras,
según el método de los ángulos oblicuos que he procurado explicar en un post
anterior (1). Como su disección ocupa muchas páginas, yo las resumo aquí en una
breve síntesis que también, y no por casualidad, es oblicua. La intención de
Greenblatt viene a resumirse en una desvaloración del mandato presidencial de
Donald Trump; la mía, voy a dejarla sin expresar.
Estas son las
características del tirano secundum Shakespeare,
que Greenblatt relaciona de forma no expresa con la ascensión de Trump a la
Casa Blanca:
1. El tirano surge de
una polarización política extrema en un país. En momentos de una confrontación radical
entre dos opciones, el rival político se desliza inevitablemente a la categoría
de un enemigo al que conviene eliminar como sea. El fin justifica los medios; todo
vale, y no se admiten las posiciones templadas ni las medias tintas. Se
pertenece a un partido (a un bando, a una facción), con todas sus
consecuencias, incluidas las no deseadas en principio. Tal sucedió, por ejemplo,
con Ricardo de Gloucester (III) como culminación de la guerra de las Dos Rosas
en Inglaterra, y con Julio César en la guerra civil en la que degeneró la
república romana.
2. El aspirante a
tirano shakespeariano utiliza lo que Greenblatt denomina un “populismo
fraudulento”. Adula al pueblo y lo manipula con promesas de prosperidad o de
redención deslumbrantes, que generan en los sectores más crédulos de la
población la ilusión de una nueva Jerusalén celeste donde manarán de forma espontánea ríos de leche y de miel. Todo ello es falso, porque lo que mueve al tirano en su
ascenso es un narcisismo exacerbado, un deseo compulsivo de dominio. No es un
líder surgido del pueblo; más cierto es que odia al pueblo. Coriolano, ejemplo extremo
de esta actitud, fracasa en su intento de llegar a tribuno de Roma por su
incapacidad de reprimir su visión de patricio y su asco visceral a la
plebe. Ricardo de Gloucester, que siente el mismo odio, en su escalada
inverosímil hacia el poder lejano se siente capaz de ocultarlo con éxito, como
muestra este parlamento de la tercera parte de Enrique VI: «¡Diantre! Puedo sonreír y asesinar mientras sonrío, puedo
gritar: “Contento” a lo que desuela mi corazón; puedo mojar mis mejillas con
lágrimas hipócritas y arreglar mi cara según las circunstancias.»
3. El tirano cuenta
con numerosos cómplices para afirmar su dominio. Este es un punto crucial: no
es posible la tiranía sin complicidades. El tirano suele finalizar la parábola
de su trayectoria en la soledad más absoluta, como veremos después; pero en sus
inicios cuenta con un gran número de voluntades a su disposición. Greenblatt
esboza una tipología somera de los cómplices, a partir del Ricardo III. Son estos:
a) En primer lugar
los que, «auténticamente engañados por
Ricardo, dan validez a sus pretensiones, dan crédito a sus promesas y toman al
pie de la letra sus demostraciones de emoción.»
b) «Los que se sienten atemorizados o impotentes
ante la intimidación o la amenaza de violencia.»
c) Los que se
sienten atraídos irresistiblemente a normalizar lo que no es normal, porque no
consiguen creer que las verdaderas hechuras del tirano sean las que saltan a la
vista.
d) Los que, aun captando
la maldad auténtica del tirano, confían en que las cosas seguirán a fin de
cuentas su curso normal. “La sensatez se impondrá”, piensan, cuando la sensatez
ha sido ya desplazada por la desmesura.
e) Los que se
convencen a sí mismos de que pueden sacar provecho personal de la ascensión al
poder del tirano.
f) Y finalmente,
está «una variopinta multitud de
individuos que ejecutan las órdenes del tirano. Unos a regañadientes, ansiosos
simplemente de no meterse en líos; otros, de mil amores, con la esperanza de
obtener de paso algún beneficio para sí mismos…» Y añade Greenblatt,
oblicuando a conciencia fuera del contexto de la obra que analiza: «Al aspirante a tirano no le faltan nunca
gentes de esta calaña, tanto en Shakespeare como, por lo que yo sé, en la vida
real.»
4. El tirano llega
por fin a ostentar el poder que ambicionaba, y entonces genera un caos que se
desborda más y más. «Los tiranos por lo
general carecen por completo de competencia administrativa y de visión de lo
que significa un cambio constructivo … Incluso sociedades relativamente sanas y
estables tienen pocos recursos, pensaba Shakespeare, que les permitan mantener
a raya el daño causado por alguien lo bastante despiadado y carente de
escrúpulos, y tampoco están equipadas para hacer frente a los gobernantes
legítimos que empiezan a dar muestras de un comportamiento inestable e
irracional.»
5. El fin de la aventura
llega por la incapacidad del tirano de controlar los acontecimientos, a partir
del derrumbe de las esperanzas colectivas puestas en su figura carismática. Dicho
de otra forma, a partir de los efectos del desencanto en un número creciente de
personas que regresan poco a poco desde la obnubilación al sentido de la
realidad.
Entonces, a cada
paso dado por el tirano florece un “traidor”, y la represión de los traidores
engendra nuevas traiciones. Es el bosque de Birnam, como en Macbeth, que se alza contra la fortaleza
de Dunsinane y le pone cerco. El tirano acaba su trayectoria solo, temeroso de
las sombras, de las consejas y de los presagios. Su ambición desatada, su deseo
de dominio, se disuelven en el absurdo, como en el famoso parlamento del mismo
Macbeth: «La vida no es más que una
sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y se agita una hora sobre la
escena, y después no se le oye más…; un cuento narrado por un idiota con estrépito
y furia, y que nada significa.»
El baño de sangre
que corona algunas de las biografías teatrales de tiranos de Shakespeare no es
preceptivo para esta breve historia; sí lo son la huella negativa, la conmoción
profunda que dejan en el reino, la violencia, las penalidades, la dificultad
para enderezar las cosas.
Sostiene Greenblatt
que Shakespeare pensaba, hacia el final de su carrera como dramaturgo, que la
mayor esperanza para acabar con la tiranía radica precisamente en la
imprevisibilidad de la vida colectiva, en el número incalculable de factores
que actúan en todo momento. Llega un punto en que la sociedad se niega a
marchar al paso de las órdenes dictadas por un autócrata al que los
acontecimientos han dejado claramente atrás. El hilo sutil que ha unido la
ambición de dominio del tirano con las expectativas colectivas de mejora de la
situación, se rompe en pedazos.
Pero siempre queda
entonces una deuda muy pesada por pagar, y un difícil camino de regreso hacia
la normalidad, hacia el reconocimiento de los derechos de las personas y las
colectividades, hacia la igualdad de oportunidades como aspiración, hacia la
democracia como marco de convivencia.
(1) El lector desprevenido
podrá encontrar el texto anterior al que me refiero en http://vamosapollas.blogspot.com/2019/12/el-tirano-i-la-mirada-oblicua.html