jueves, 26 de diciembre de 2019

PROPÓSITOS PARA EL NUEVO AÑO



Greta Thunberg representa solo una pequeña parte de nuestros propósitos urgentes de Año Nuevo, para el planeta que habitamos y para quienes lo habitamos.

No basta con frenar el cambio climático, aunque ya es de por sí una tarea titánica. No basta con utilizar energías limpias y proceder a la descarbonización de la economía. Cambiar la nefasta tendencia climática no es aún cambiar el mundo. La economía misma tiene que cambiar sus presupuestos y sus objetivos para que el asunto, globalmente considerado, valga la pena.

A eso se refirió Tony Atkinson (1) cuando habló de la necesidad de “dirigir el desarrollo”. Tenemos las tecnologías adecuadas para un gran salto, no en la cantidad de la producción medida por ese indicador mentiroso, el PIB; sino en la calidad. La economía verde apunta a “cómo” producir de una manera más limpia, menos contaminante, más sostenible. Esa es una batalla, pero hay otras. Ganar “solo” esa batalla, todo y ser decisiva, significaría a la larga perder la guerra.

Están ahí, por decidir, las batallas del “qué” se produce, el “para qué”, el “para quién”. La batalla por un tipo de desarrollo creador de nuevos bienes comunes y de beneficios sociales. Sobre todo, creador de nuevo trabajo y de una prosperidad colectiva que rompa la lógica neoliberal de la privatización voraz de la riqueza que ha sido creada entre todos, y de la confusión interesada entre generación y extracción de riqueza, para reclamar un “derecho” casi divino a unos beneficios que se acumulan indefinidamente en las cajas fuertes de paraísos fiscales, privando de ellos al común de las personas que han contribuido a crear esa riqueza.

Y está la batalla del “quién decide”. Porque hoy por hoy la fuerza de trabajo está privada de forma absoluta de capacidad de decisión sobre lo que contribuye a producir. Contra toda norma democrática de base, porque tampoco se concede a los parlamentos autoridad para dirigir la economía. La economía financiarizada se ha zafado tanto de los constreñimientos puestos por la participación del factor trabajo en la producción, como de las decisiones de las cámaras legislativas, tomadas después de preceptivos debates y votaciones. Es una economía que va por libre, que sigue vías opacas a través de negociaciones esotéricas y decisiones de despacho, y que emboca extraños recovecos para no dar cuenta de sus designios y sus intenciones a nadie: ni a dios, ni al rey, ni al papa, ni mucho menos al pueblo soberano.

No solo es necesario limpiar de polución el medio ambiente; también hay que limpiar cuidadosamente y sacar a la luz unas estructuras sociales podridas por la cochambre acumulada en beneficio de quienes ahora, por poner un ejemplo inmediato, consideran “abusiva y confiscatoria” una reforma fiscal en Cataluña que quita un poco a los que tienen más para mejorar la suerte de quienes tienen menos.

En palabras de Laura Pennacchi (2): «El funcionamiento espontáneo del sistema económico capitalista no crea naturalmente empleo … Una interconexión entre innovación tecnológica e innovación social puede ofrecer muchas oportunidades, si se consigue poner a punto un proceso intensificado de investigación de base y de investigación científica y tecnológica, para la satisfacción de nuevas necesidades y nuevas emergencias sociales: bienestar humano y civil, revolución verde, desarrollo de ciudades y de territorios recuperados gracias a una agricultura de calidad, envejecimiento demográfico, salud, inmigración integrada, etc.» La base para todo ello, sigue diciendo Pennacchi, sería «la creación de trabajo nuevo para un nuevo modelo de desarrollo.»



(2) L. Pennacchi, “Lavoro e innovazione per un nuovo umanesimo”, en VVAA, Lavoro e innovazione per riformare il capitalismo, Ediesse 2018, p. 68.