Ilustración de la graciosa aventura del rebuzno, en Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.
El actor Javier
Bardem ha pedido disculpas públicas por haberse dejado llevar por “un impulso
nada constructivo” al final de la manifestación madrileña por el clima, y haber
llamado estúpido al alcalde madrileño del PP, José Luis Martínez Almeida (también
se lo llamó a Donald Trump).
Almeida calificó en
su momento de “fracaso” el plan Madrid Central puesto en marcha por su
antecesora en el cargo Manuela Carmena, y empezó a desmantelarlo proclamando
que la libertad de expresión recogida en la Constitución como derecho fundamental de las personas, incluía asimismo la libertad de circulación sin restricciones. No se entiende
muy bien, entonces, que ponga reparos a la libertad de expresión del actor,
aplicándole el remoquete de “ese listo tan progre”. En el vocabulario de las
personas como Almeida, tanto el calificativo de “listo” como el de “progre” son
claramente insultantes.
La reacción de la
ciudadanía madrileña y el amago de los tribunales de intervenir frenaron su
inicial impulso desmantelador (y por consiguiente “nada constructivo” tampoco,
para decirlo con las palabras de Bardem). Después del episodio, y restaurado
Madrid Central en toda su dimensión inicial, el alcalde varió la música y la
letra de su cantinela, sacó pecho ante la acogida ─que él ni había soñado en
pedir─ de la COP25 en su ciudad, y alardeó de la mejora del aire como si esta hubiera
sido cosa suya.
Llamarle “estúpido”
es de mala educación, de acuerdo; pero no es tan exageradamente ridículo como llamarle
“alcalde”. A no ser que lo equiparemos con los munícipes cervantinos que, cada
cual por su lado, tan bien buscaban a un asno perdido en las espesuras imitando
sus rebuznos, que acabaron encontrándose ellos dos.