martes, 10 de diciembre de 2019

SENSACIONES INSTANTÁNEAS


Imagen de un succionador, la chisma mecánica capaz de conducir a las mujeres al paraíso en ocho segundos.


Il pleut sur la ville. Atenas está empapada, y las temperaturas han caído de bruces como si hubieran sufrido un tropezón inesperado. Nos lo estamos pensando antes de salir a la intemperie, y de momento hemos encendido la estufa en el cuarto de estar y nos hemos echado un chaquetón encima.

En el libro que abro para seguir leyendo a deshora (Monjas y soldados, de Iris Murdoch, Impedimenta, traducción de Mar Gutiérrez Ortiz y Joaquín Gutiérrez Calderón. Tengo una predilección particular desde hace años por las representaciones complejas y los personajes voluntaristas y cerebrales de Murdoch), una mujer confiesa a otra que ha sufrido inesperadamente un coup de foudre, un flechazo. Con un hombre inverosímil, por otra parte.

─ ¿Cuánto dura un coup de foudre? ─pregunta la amiga, escéptica.

─ Unos cuatro segundos. ¡Eso es lo que pueden tardar dos seres humanos en cambiar el mundo!

Medito que un succionador de clítoris como los que ahora aparecen profusamente anunciados directa e indirectamente en los medios electrónicos, no es tan rápido: invierte de ocho a diez segundos en provocar el orgasmo. Puede tardar menos en llegar a la meta que Usain Bolt en su mejor momento, pero, respecto del coup de foudre enunciado por Gertrude (un trasunto de Titania, la reina de las hadas en la tradición mitológico-literaria británica), presenta dos carencias: primera, es más lento; segunda, no cambia el mundo sino que lo deja igual que estaba.

La velocidad parece superar, en las preferencias de los consumidores de ahora mismo, a la calidad de las sensaciones. Del mismo modo que se impone el fast food, con perjuicio del sentido del gusto, ahora se predica el fast sex, la instantaneidad de un sexo solitario sin consecuencia.

Ocho segundos de succionador garantizan una total satisfacción física, pero no permiten, según una usuaria desilusionada, ni siquiera el espacio mental necesario para esbozar una fantasía. El coup de foudre es absolutamente lo contrario: fantasía pura y dura, que avizora su culminación física erótica a medio o incluso a largo plazo. Rapidez subitánea en el encendido de la mecha, y en cambio, explosión retardada aunque de una eficiencia más o menos absoluta: cambia el mundo, siquiera sea para dos personas elegidas (tal vez al azar) por los dioses.

Georges Brassens dedicó a las prácticas sexuales de una bella una canción que tituló significativamente Le mouton de Panurge, el carnero de Panurgo. La expresión, poco usual hoy, viene del Pantagruel de Rabelais, y se refiere a quienes, incapaces de juzgar las cosas por sí mismos, prefieren seguir la opinión de los demás, incluso si se trata de despeñarse por un desmonte. Concluye Brassens en la última estrofa que, posiblemente, cosas más raras se han visto, su heroína sabrá rectificar a tiempo: «Elle ira jouer à son tour / les Vénus de la vieille école / celles qui font l’amour par amour.»

O sea, puestos a copiar a alguien, la muchacha podría dedicarse provechosamente a imitar a las “Venus de la vieja escuela”, las que “hacen el amor por amor”.

Aún me gustaría recordar en este asunto a otro poeta, Constantin Cavafis. En El viaje a Ítaca, nos impartió la misma lección, con otras palabras y otros horizontes. Llegar a la meta, pisar el suelo de Ítaca, explicó en verso, no tiene una gran significación. Lo interesante es el viaje.