miércoles, 11 de diciembre de 2019

DIFERENTES, ÚNICOS, VÍCTIMAS



Monasterio benedictino de Sant Pere de Casserres, erigido sobre un meandro del río Ter; una parábola de la Catalunya diferente y de la Catalunya rodeada.


Peru Erroteta ha entrevistado al psicólogo Ricard Cayuela en El Triangle. Al resultado de la conversación, bastante llamativo, pueden acceder ustedes desde el link a pie de página (1).

Habla Cayuela de un trastorno obsesivo-compulsivo que ha afectado a dos millones de personas. El motor de tal obsesión es una triple consideración de los catalanes, o si prefieren la expresión, de la catalanidad, como diferentes, como únicos, como víctimas.

Es difícil argumentar cualquiera de los tres términos. Es más cierto, a partir de un somero examen teórico de la cuestión, que los catalanes no somos únicos (estamos sobradamente acompañados en el mundo), no somos diferentes (de hecho la mayoría inmensa de los catalanes somos mestizos, y la circunstancia de hablar una lengua diferente de la de nuestros vecinos más bien tiende a igualarnos que a distinguirnos ─si bien se mira, también los vecinos hablan una lengua diferente de la nuestra─), y no somos víctimas, bajo ninguna acepción admitida del término. Cierto que estamos mal gobernados, pero la misma queja pueden esgrimir miles de millones de personas en este mundo mal globalizado. De otro lado, los defensores del buen gobierno se verían en un apuro para explicar por qué prefieren el estilo de gobernar de Quim Torra al de Pedro Sánchez.

Y si se trata de las famosas sentencias en el macrojuicio, mal se puede alegar que las leyes no son las que son, y que los presos no fueron oportunamente avisados ─incluso por los letrados del Parlament─ de las consecuencias de unos actos claramente situados al margen de cualquier legalidad establecida (la de las leyes estatales, la del Estatut vigente, la de la jurisprudencia europea e internacional). En tales circunstancias, el castigo legal no obedece al hecho de que sean catalanes, sino al de que han tenido una conducta punible según toda clase de leyes aplicables al supuesto.

Lo que más me impacta de la interpretación de Cayuela es el protagonismo de la “buena gente” en este disparate. La “buena gente” sería el pueblo llano idealizado, por oposición al estamento político. La “buena gente” es capaz de muchas aberraciones para defender lo que tiene por “suyo”, de la implicación de otras buenas gentes a las que consideran sin derechos para inmiscuirse en su preciada posesión. Ese es precisamente el germen del fascismo como doctrina, porque a partir de dicho axioma central (“yo estoy defendiendo lo mío, yo enarbolo en este pleito la razón de la víctima, del diferente, del único”), se justifica cualquier agresión al “otro”, cualquier consideración de que puedan existir buenas gentes más allá y al margen de “nosotros”, el pronombre peligroso, como constataba hace ya algún tiempo Richard Sennett en un libro glosado también en estas páginas (2).