Monasterio benedictino de Sant
Pere de Casserres, erigido sobre un meandro del río Ter; una parábola de la
Catalunya diferente y de la Catalunya rodeada.
Peru Erroteta ha
entrevistado al psicólogo Ricard Cayuela en El Triangle. Al resultado de la
conversación, bastante llamativo, pueden acceder ustedes desde el link a pie de
página (1).
Habla Cayuela de un
trastorno obsesivo-compulsivo que ha afectado a dos millones de personas. El
motor de tal obsesión es una triple consideración de los catalanes, o si
prefieren la expresión, de la catalanidad, como diferentes, como únicos, como
víctimas.
Es difícil argumentar
cualquiera de los tres términos. Es más cierto, a partir de un somero examen
teórico de la cuestión, que los catalanes no somos únicos (estamos sobradamente
acompañados en el mundo), no somos diferentes (de hecho la mayoría inmensa de
los catalanes somos mestizos, y la circunstancia de hablar una lengua diferente de la
de nuestros vecinos más bien tiende a igualarnos que a distinguirnos ─si bien
se mira, también los vecinos hablan una lengua diferente de la nuestra─), y no
somos víctimas, bajo ninguna acepción admitida del término. Cierto que estamos
mal gobernados, pero la misma queja pueden esgrimir miles de millones
de personas en este mundo mal globalizado. De otro lado, los defensores del buen
gobierno se verían en un apuro para explicar por qué prefieren el estilo de
gobernar de Quim Torra al de Pedro Sánchez.
Y si se trata de
las famosas sentencias en el macrojuicio, mal se puede alegar que las leyes no
son las que son, y que los presos no fueron oportunamente avisados ─incluso por
los letrados del Parlament─ de las consecuencias de unos actos claramente
situados al margen de cualquier legalidad establecida (la de las leyes
estatales, la del Estatut vigente, la de la jurisprudencia europea e internacional).
En tales circunstancias, el castigo legal no obedece al hecho de que sean
catalanes, sino al de que han tenido una conducta punible según toda clase de
leyes aplicables al supuesto.
Lo que más me
impacta de la interpretación de Cayuela es el protagonismo de la “buena gente”
en este disparate. La “buena gente” sería el pueblo llano idealizado, por
oposición al estamento político. La “buena gente” es capaz de muchas
aberraciones para defender lo que tiene por “suyo”, de la implicación de otras
buenas gentes a las que consideran sin derechos para inmiscuirse en su preciada
posesión. Ese es precisamente el germen del fascismo como doctrina, porque a
partir de dicho axioma central (“yo estoy defendiendo lo mío, yo enarbolo en
este pleito la razón de la víctima, del diferente, del único”), se justifica
cualquier agresión al “otro”, cualquier consideración de que puedan existir buenas
gentes más allá y al margen de “nosotros”, el pronombre peligroso, como
constataba hace ya algún tiempo Richard Sennett en un libro glosado también en
estas páginas (2).