“In ictu oculi”, de Juan de
Valdés Leal, pintura del género de las Vanitas, que podría representar adecuadamente
los sentimientos profundos del centro-derecha español ante el futurible nuevo
gobierno.
El sí del PNV y la
abstención de ERC están ya prácticamente en el saco de ese felón, Pedro
Sánchez. Arrimadas vacila, aunque las bases de C’s se han manifestado sin tapujos
a favor del contubernio. Están a punto de consumarse las coyundas nefandas de España
con la Antiespaña, ambas eternas en su contradictoriedad. La conjunción astral
puede producirse el día de los Magos, 6 de enero de 2020. España habrá perdido
el honor y la vergüenza, pero habrá ganado la estabilidad política necesaria y
quién sabe cuántas cosas más que, como el Reino de Dios y su Justicia, se nos darán
a los incrédulos por añadidura.
Felicitémonos por el
desenlace positivo del laborioso parto, brindando con una copa de cava. Mejor
aún con tres copas, una de cava catalán, otra de valenciano y la tercera de extremeño.
Nadie sobra en esta celebración.
Los tertulianos de
todos los colores nos han venido dando la tabarra en los medios con la
cantinela de que con nosotros no hay modo, no tenemos remedio, en este país no
hay cultura de pactos. Va a ser que tampoco es eso. Sí hay cultura de pactos,
pero estaba bastante soterrada bajo capas geológicas de prepotencia y de “esto
lo arreglaba yo sacando los tanques a la calle”.
Pablo Casado va a
hacer una oposición inflexible. Inflexible viene a significar que atacará al
gobierno por fas o por nefas, en función de lo que sea que diga y haga ante
cualquier problema. Lo importante del caso no será la coherencia en la
oposición, sino impedir a toda costa la temida estabilidad y torpedear el odioso
consenso del PSOE, que la gente de orden había tomado de buena fe como “uno de
los nuestros”, con los sediciosos y los proetarras. Últimamente Casado ha afirmado
que llevará al TC a Sánchez por la congelación de las pensiones, ¿desde cuándo
es partidario él de subir las pensiones? Su plan, sin embargo, vale como un ejemplo
de antipolítica judicializada que se estudiará en los masters de las Facultades
de Ciencias Políticas algún día. A eso lo llama Casado ser de centro.
A Santiago Abascal,
por su parte, se le desconocen veleidades centristas; lo suyo va a ser una oposición
virulenta, bronquista, que ha empezado con la disputa a base de empujones de los mejores
asientos del Congreso. Ahora está pidiendo las listas de los firmantes de la
abogacía del Estado que se inclinen por dejar en libertinaje (no confundir con
la libertad) a Oriol Junqueras. ¿Para ponerlas en una vitrina? ¿Para hacerles
escraches?
Con Abascal vuelve
a nuestras narices aquel característico olor a chamusquina que flotaba hace varios
siglos por nuestras plazas mayores después de los espléndidos autos de fe
celebrados en ellas con gran éxito de crítica y público. Entonces no se
pactaba, entonces no se transigía; entonces se era español a machamartillo, o
no se era nada. O para mayor precisión, y siguiendo la gradación establecida en
un soneto célebre por don Luis de Góngora, que sabía de lo que hablaba: o bien
cumplía uno a rajatabla con la patria y con la doctrina, o se metamorfoseaba
in ictu oculi, en un abrir y cerrar de ojos, «… en tierra, en polvo,
en humo, en sombra, en nada.»