Están hechas las
apuestas, y la bolita de la ruleta del 14-F ha empezado a girar. Como ocurre
siempre, ha habido recolocaciones de última hora. Una es poco trascendente, la
otra seguramente sí.
Digamos que tanto
da que Lorena Roldán aparezca como número dos de Carrizosa o de Alejandro
Fernández. Siempre es Lorena Roldán, y su discurso es siempre el que le pase el
correspondiente escriba sentado. De ser un mal sucedáneo de Inés, la chica va a
pasar a ser un mal remiendo de Cayetana. Quizás alguien sepa explicarme qué gana
nadie con el cambio.
Salvador Illa
sustituye a Miquel Iceta al frente de la papeleta del PSC, y eso sí tiene
bemoles. No ha sido un movimiento apresurado ni precipitado por la marejada de
los sondeos: se venía fraguando desde hace tiempo, Sánchez no había querido que
se anunciara aún, esperó para hacerlo a la llegada masiva de las vacunas, es
decir a pasar una página significativa en la lucha contra la pandemia, que por
ser lo primero es antes, tal y como de forma insistentemente pedagógica nos
dice todos los días el maestro Bulla que decía el maestro Venancio (que tampoco
fue su inventor, el intríngulis proviene al parecer de la villa de Herencia).
Tenemos entonces a
Salvador Illa en la parrilla de salida. Ojo, se trata de un fondista de raza, una
especie de etíope de las maratones políticas, y su decisión, tomada a los 54
años cumplidos, se configura nada menos que como una opción de vida, madurada
con sosiego.
No está cantado que
su número vaya a salir el 14-F, pero sí lo está que ha vuelto a Catalunya para
quedarse. Va a ser un activo importante en la batalla de las ideas, no
únicamente una baza electoral. Ha sido antes alcalde de La Roca del Vallés (Com el Vallés no hi ha res, dijo Pere
Quart y nadie le ha desmentido), elegido incluso en una ocasión con mayoría
absoluta; ha dirigido el área de Organización del PSC; tiene experiencia de
gestión; es un negociador de una habilidad puesta a prueba, y tiene toneladas
de sentido común frente a los ladridos intemperantes de los “empitjoradors”, los empeoradores, como
les llama Raimon Obiols. Si es necesario morder, muerde también; lo hemos visto
en la Comisión correspondiente del Parlamento.
Las primeras
pedradas enviadas desde la derechona han ido desviadas: después de pedir a
gritos su dimisión, le acusan de irresponsable por dimitir. La primera alerta
desde los aledaños de Waterloo lo señala como un cuerpo extraño venido “de fora” por más que sea incontestablemente
catalán, sí, pero botifler y traïdor.
No nos dicen nada
nuevo, somos ya una munió muy
considerable los traidores a todas las causas sagradas: unos 26 millones en toda
España según un cálculo apresurado hecho en la cantina de oficiales de un
regimiento; y no menos de 4 millones en Cataluña vistos los sondeos de
intención de voto y sin contar con que el vaso de cristal prístino del Donec perficiam acudirá a las urnas roto
en cinco pedazos difíciles de recomponer, por la presencia, entre los añicos
más delicados, de muestras arquetípicas así de supremacismo virtual como de
fascismo puro y duro.
Es más interesante
el trayecto que pueden tener el PSC y su presidenciable Illa en contacto con
otras fuerzas políticas, más marginadas hasta ahora que marginales, y con instituciones
tales como el Ayuntamiento y la Diputación de Barcelona, las universidades, los
grandes centros públicos de salud, los sindicatos, las patronales, las
organizaciones no gubernamentales, y los elementos significativos de la
sociedad civil no tutorizados por la señora Paluzie o el señor Canadell.
Es importante que
nazca un nuevo diálogo abierto a todos los acimuts. No de aquí al 14-F, eso
está ya descontado; sino muy en particular a partir del 14-F y muy en adelante.