José María Belausteguigoitia, alias Belauste, luciendo
la camiseta del Athletic de Bilbao. Admiren el cachirulo, frecuente en los
jugadores vascos de la época para rematar con comodidad de cabeza, debido a que
el reglamento prohibía jugar con boina, que era lo propio y natural. Belauste
habría reclamado el pelotón de su coequipier Sabino Bilbao, que lanzaba una
falta, y lo habría colocado a base de “furia española” en las redes de la
portería de la selección sueca, en un partido jugado en Amberes 1920.
Leo en Babelia un
titular llamativo, «La verdad sobre la Armada Invencible». En letra más pequeña
se predica sobre la escasa resonancia internacional de la “gran victoria de
Felipe sobre Isabel”, consecutiva al revés de la Armada. Se refieren a la expedición
de Drake contra A Coruña y Lisboa, nada nuevo. La plaza más bonita de A Coruña
lleva el nombre de María Pita, que se distinguió en aquella ocasión.
Probablemente su hazaña (atravesar con una pica a un alférez inglés) no
ocurriera de la forma exacta como nos la han contado, pero hace siglos que
estamos acostumbrados a no dejar que la verdad estricta nos estropee una buena
historia.
Lo cual vale
también para los ingleses, que difundieron la Leyenda Negra. Sobre la Leyenda
Negra hay dos hechos incontrovertibles: primero, que es leyenda; segundo, que
es negra. No le den más vueltas.
Cuentan los
ingleses que el almirante Drake estaba jugando a los bolos cuando llegó la
alarma de que habían avistado una armada formidable. Y dijo: “Acabemos primero
la partida, que tiempo habrá de ocuparse de los españoles.”
Falso,
evidentemente. Pero también aquello de “A mí, Sabino, que los arrollo”, que
habría dicho Belauste en un encuentro internacional de football como se lo llamaba antes de que interviniera la Academia
en el asunto, resulta discutible. Algunos historiadores (tal vez británicos)
sostienen que lo que dijo Belauste fue “Corta el rollo, Sabino”, porque este
entretenía demasiado el pelotón.
Mary Beard ha
objetado con vehemencia el discurso de Isabel I en Tilbury, también en relación
con la llegada inesperada de la Armada a las costas de Dover. En las Islas es aún
dogma de fe que la reina se expresó del modo siguiente: «Sé que tengo el cuerpo
de una débil mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un rey, y además de
un rey de Inglaterra.»
Tal discurso es altamente
inverosímil, como señala con buen juicio la doctora Beard. Es más probable que
Beth, que era de temperamento tempestuoso, dijera algo por este estilo:
«Machirulos, si os pensáis que por ser mujer no tengo cojones para darle guerra
al Felipe hasta cansarlo, os digo desde ya que vais más errados que un caballo
percherón.» Pero los escribas sentados prefirieron registrar en las actas de la
reunión un speech más convencional, y
de paso abiertamente machista.
Más vale, señores
periodistas y tertulianos, si no les importa, dejar descansar tranquilas en su
lugar las leyendas, sin manosearlas demasiado. Cierto que no son del todo
verdad de la buena, pero cumplen una función. En eso son como los libros de
autoayuda, que también contienen un montón de mentiras sostenidas de buena fe
por una causa loable.