miércoles, 9 de diciembre de 2020

NO MANOSEEN LAS LEYENDAS

 


José María Belausteguigoitia, alias Belauste, luciendo la camiseta del Athletic de Bilbao. Admiren el cachirulo, frecuente en los jugadores vascos de la época para rematar con comodidad de cabeza, debido a que el reglamento prohibía jugar con boina, que era lo propio y natural. Belauste habría reclamado el pelotón de su coequipier Sabino Bilbao, que lanzaba una falta, y lo habría colocado a base de “furia española” en las redes de la portería de la selección sueca, en un partido jugado en Amberes 1920.

 

Leo en Babelia un titular llamativo, «La verdad sobre la Armada Invencible». En letra más pequeña se predica sobre la escasa resonancia internacional de la “gran victoria de Felipe sobre Isabel”, consecutiva al revés de la Armada. Se refieren a la expedición de Drake contra A Coruña y Lisboa, nada nuevo. La plaza más bonita de A Coruña lleva el nombre de María Pita, que se distinguió en aquella ocasión. Probablemente su hazaña (atravesar con una pica a un alférez inglés) no ocurriera de la forma exacta como nos la han contado, pero hace siglos que estamos acostumbrados a no dejar que la verdad estricta nos estropee una buena historia.

Lo cual vale también para los ingleses, que difundieron la Leyenda Negra. Sobre la Leyenda Negra hay dos hechos incontrovertibles: primero, que es leyenda; segundo, que es negra. No le den más vueltas.

Cuentan los ingleses que el almirante Drake estaba jugando a los bolos cuando llegó la alarma de que habían avistado una armada formidable. Y dijo: “Acabemos primero la partida, que tiempo habrá de ocuparse de los españoles.”

Falso, evidentemente. Pero también aquello de “A mí, Sabino, que los arrollo”, que habría dicho Belauste en un encuentro internacional de football como se lo llamaba antes de que interviniera la Academia en el asunto, resulta discutible. Algunos historiadores (tal vez británicos) sostienen que lo que dijo Belauste fue “Corta el rollo, Sabino”, porque este entretenía demasiado el pelotón.

Mary Beard ha objetado con vehemencia el discurso de Isabel I en Tilbury, también en relación con la llegada inesperada de la Armada a las costas de Dover. En las Islas es aún dogma de fe que la reina se expresó del modo siguiente: «Sé que tengo el cuerpo de una débil mujer, pero tengo el corazón y el estómago de un rey, y además de un rey de Inglaterra.»

Tal discurso es altamente inverosímil, como señala con buen juicio la doctora Beard. Es más probable que Beth, que era de temperamento tempestuoso, dijera algo por este estilo: «Machirulos, si os pensáis que por ser mujer no tengo cojones para darle guerra al Felipe hasta cansarlo, os digo desde ya que vais más errados que un caballo percherón.» Pero los escribas sentados prefirieron registrar en las actas de la reunión un speech más convencional, y de paso abiertamente machista.

Más vale, señores periodistas y tertulianos, si no les importa, dejar descansar tranquilas en su lugar las leyendas, sin manosearlas demasiado. Cierto que no son del todo verdad de la buena, pero cumplen una función. En eso son como los libros de autoayuda, que también contienen un montón de mentiras sostenidas de buena fe por una causa loable.