El rider, icono de una realidad
demediada (foto, El Periódico)
Lo dice Miqui
Otero, en “Simón” (Blackie Books): «… ese
catarro crónico que es la precariedad». Debo la cita a Joaquín Pérez Rey,
que ha recomendado el libro en FB. Añade Joaquín otra espléndida pincelada
acerca del trabajo de un rider aquejado
de ese catarro crónico que no hay manera de sacarse de encima: «… tenía una flexibilidad total de horarios
que le permitían no tener tiempo para nada a cambio de algo que tampoco se
llamaba salario.»
No se puede
explicar mejor ni con menos palabras. Así es la vida, ahora mismo, para muchos
jóvenes y no tan jóvenes. No exactamente vida sino una agitación permanente, un
malestar sordo, un sobrevivirse a golpe de ibuprofeno, un “se verá” respecto de
lo que es posible esperar del orden natural de las cosas en un futuro con un
horizonte muy bajo, muy a ras de suelo.
María Jesús Montero,
ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno, afirma en una entrevista publicada
hoy en El País sentirse cómoda en la actual situación política del país y
dentro de la coalición gobernante. Puede que se trate tan solo de una
inocentada, hoy es día 28 de diciembre, en el Mundo Deportivo anuncian que
Gerard Piqué se presenta a las elecciones para la presidencia del Barça. Hay un
montón de bulos en la prensa, los días de Inocentes y los demás; todo el año está
siendo de alguna manera una inocentada.
Esta es la
reflexión de Montero, en su entrevista, sobre una determinada forma de hacer
política basada en la incomodidad, la presión, el acoso, el bulo arrojadizo, el
juicio de intenciones, la acusación burda, todo lo que llamaríamos, con las palabras
de Miqui Otero para describir otra realidad paralela, el “catarro crónico”:
«… les
interesa la bronca, porque se mueven en una posición simplista, binaria, que no
se corresponde con la realidad. Todo siempre es mucho más complejo porque la
vida es mucho más compleja, y moverte en ese populismo que significa el sí o el
no, en vez de en el mundo de los matices.»
Es muy cierto lo
que dice la ministra, pero no lo es menos que una política simplista y binaria
se ajusta como un guante a la vida demediada del rider vocacional que ni viene ni va exactamente a ninguna parte, ni
tiene trabajo ni salario propiamente dichos, y solo se agita en una convulsión
permanente, en un catarro crónico, en una indigestión de fast food absorbido a bocados apresurados entre carrera y carrera
para llevar a clientes lejanos pizzas en fundas de cartón o recetas servidas
por la farmacia abierta 24 horas.
Las vidas precarias
segregan una política también precaria, que se mueve a golpe de bandazos y
carece de matices. La precariedad afecta ya también a los ricos, que viven
amparados por las barreras y los seguratas que impiden el acceso de los
mindundis a sus urbanizaciones de alto estanding. La suya tampoco es una vida
completa, sino demediada, recelosa. Custodian sus patrimonios como el Gollum de
Tolkien guardaba su “tesssoro” en el fondo de una caverna.
El primer objetivo
de la política tendría que ser hoy mismo crear cauces para acceder
colectivamente a una realidad más luminosa, más contrastada, más coloreada y
con más sombras y matices que los que aparecen en una viñeta de cómic o en los
sabores (kétchup, mostaza, salsa al queso) de una hamburguesa Big Mac.
La política que nos
merecemos, para la vida que nos merecemos.