Ayer el rey Felipe
concluía su cuarentena, y eligió para reaparecer en público la ocasión de la
XXXI reunión del Patronato de la Fundación Carolina. Un acto importante, sin
duda. El rey presidió, y asistieron asimismo el presidente Sánchez, la
vicepresidenta Calvo y algunas autoridades de mucho relieve. El acto en
cuestión se celebró en El Pardo, vaya por dios, que nadie vea fantasmas en esta
reaparición escenarial o escenográfica, el día mismo de la aprobación de los
Presupuestos Generales del Estado.
Felipe VI habló en
la clausura de la reunión, y estuvo impecable. Destacó «la
singularidad de la Fundación Carolina, en virtud de su perfil institucional
público-privado que vincula la innovación científica con la actividad
empresarial, y apuesta por la juventud en el marco de un espacio eurolatinoamericano
de conocimiento.» Asimismo, subrayó «el papel de la Fundación como centro de
pensamiento, y su función como instrumento idóneo para la cooperación
internacional y el intercambio abierto de ideas que hoy se requiere.»
No se refirió ─cierto que no tenía por qué hacerlo, no
encajaba en el marco de la reunión─ ni a la feliz aprobación de los
presupuestos del Estado por una mayoría holgada de fuerzas parlamentarias, ni
al estridente ruido de sables generado por algunos ex altos mandos militares.
Aprovechando el paso del Pisuerga por Valladolid, y
aplazando una vez más su tantas veces anunciado “viaje al centro”, Pablo Casado
sí ha comentado a los medios, en tono distendido, la inquietud supuestamente presente
en las salas de banderas, que obedece, en opinión del líder opositor, a una incompatibilidad
radical entre “dos Españas” contrapuestas (simplificando mucho su pensamiento,
la España de los eternos fusiladores y la de los fusilados eternos.)
He aquí una paradoja, si las hay: quienes se oponen a “romper
España”, se proponen salvarla rompiéndola. Es decir, mediante el silenciamiento
─físico o legal, da lo mismo─ de porciones legítimamente integrantes del conjunto.
La porción sobrante la ha calculado un militar jubilado en 26 millones de
personas, sobre un total de 46,9 en 2019. Más de la mitad.
Casado juega con fuego, como viene haciéndolo desde que
ocupa un cargo que le viene manifiestamente ancho, largo y alto. Felipe guarda
silencio.
Felipe ha entendido mal sus deberes y sus prerrogativas.
Su deber es la neutralidad exquisita entre las diversas opciones democráticas que
se conforman en el seno de la ciudadanía. No lo es, en cambio, la neutralidad
entre las opciones democráticas y las no democráticas presentes en el escenario.
Su figura no puede amparar a Vox ni a Francisco Beca, por más que ellos se
reclamen de su persona, y más precisamente por el hecho de que ellos están
apelando directamente a su persona.
El deber constitucional de la Corona es la representación
y la defensa del Estado de Derecho. Debe, en consecuencia, dar el capón sonoro
que corresponde en esta situación a los paragolpistas de cantina de oficiales,
al jefe oficial de la oposición y al jefe en funciones del poder judicial, que
cada vez muestran una tendencia mayor a olvidar sus deberes estrictos en democracia, para campar a sus anchas por los verdes campos del edén. Si no lo
hace y mantiene indefinidamente su silencio, llegaremos rápidamente a la
conclusión de que la institución de la monarquía no nos sirve para nada.