Los fiscales, que
para eso están, habrán de decidir si el ex general Beca incurrió en un delito
de odio al explayarse en su grupo de whatsapp sobre la conveniencia de fusilar
a 26 millones de españoles/as para tirar adelante sin estorbos un país como a
él le gusta.
El odio está ahí,
intacto y de alguna forma prístino e incontaminado como los fluidos naturales a
los que se refería el general de aquella película de Stanley Kubrick que dio la
orden de bombardear la Unión Soviética con cabezas atómicas.
En lo que se
refiere al programa destructivo del ciudadano Beca, se pueden enumerar, sin
embargo, dos circunstancias atenuantes y una dificultad logística grave. Las
dos atenuantes son que el dolor de espalda “le estaba matando”, y que seguramente
había consumido un exceso de carajillos bien cargados de anís Machaquito para
afrontar las embestidas de ese maldito reuma bolivariano y antiespañol.
En cuanto a la
dificultad logística, figúrense ustedes. Hacen falta 26 millones de balas en el
supuesto improbable de que todas sean certeras, un número indeterminado de
pelotones de fusilamiento trabajando sin parar durante meses, una cantidad de
paredones evaluable en unos 800.000 tirando por lo bajo. Y luego, ¿qué hacer con
veintiséis millones de cuerpos pasados por las armas alfombrando el paisaje?
¿Hornos crematorios, con lo que contaminan el medio ambiente? ¿26 millones de
picos, palas y azadones para proceder a una exhumación forzosamente superficial?
¿26.000 kilómetros lineales de cunetas en las que ubicar los despojos?
Una novela nada complaciente
de Marta Sanz, “pequeñas mujeres rojas”, cuenta
la historia del arriba y el abajo de un pueblo donde algunos vivos han medrado
a costa del fusilamiento sumario de bastantes personas, casi siempre por
motivos estrictamente económicos. La fortuna de los delatores se asienta
físicamente sobre el solar donde se exhumó a las víctimas.
Quizá sea algo así lo
que pretende nuestro odiador/odioso ex general. Quizá todo se reduzca a que el pensamiento
del formidable estampido que producirían 26 millones de balas, disparadas
contra otras tantas personas minuciosamente aborrecidas por él, alivia su terrible
reuma agudo.
El caso es que
media España, entre la que me cuento, es fusilable sin más para el bravucón ex
general. “Fusilamiento, se le supone”, constaría en nuestra hoja de servicios,
como pasaba con el valor cuando hicimos la mili.
Siempre será
preferible alinearse con los objetivamente fusilables que con la otra media
España, la que está libre de pecado.