Alec Guinness en un fotograma
de la miniserie de BBC TV ‘Tinker, Tailor, Soldier, Spy’ (El topo), 1979.
Dice la prensa que
ha fallecido David Cornwell a los 89 años. Es algo que puede sucedernos a todos un
día, pero solo uno, como nos advertía Snoopy en una viñeta. John Le Carré, el nom de plume de Cornwell, sigue muy vivo
al día siguiente, y George Smiley, su personaje más conseguido, vivirá siempre
entre los inmortales.
He dedicado a
Smiley algunos capitulillos de este blog, porque me parece un testigo de
excepción de un mundo en el que las instituciones tienden a descarrilar y son
las personas privadas las que deben cargar a fin de cuentas, sobre sus hombros
desprotegidos, el peso de los asuntos públicos. Ese drama decisivo suele tener como
escenario los cuartos traseros de los grandes edificios de las oficinas del
Estado, habitaciones oscuras sin ventanales que den a las avenidas concurridas.
O los pisos francos, con solo el mobiliario imprescindible y sin ningún detalle
personal; o ciertos reservados anónimos de algunas cervecerías ubicadas en
calles secundarias. Lugares lejanos en cualquier caso de las miradas del
público curioso.
Smiley lucha contra
las maniobras de Karla, el as del espionaje soviético; pero lucha sobre todo
contra los intentos de obstrucción de los “suyos”, los figurones colocados en los puestos de mayor visibilidad
mediática, atentos siempre a sostener una “verdad” oficial que funciona como
cortina de humo con la que ocultar otra verdad subterránea, la de la gente. La “gente”
de Smiley, en más de un sentido.
La vida sentimental
de Smiley fracasa porque determinadas estructuras extraen beneficios pingües de
la infidelidad de su mujer. Su amor es también su punto débil, para un mundo
deshumanizado. También Karla es humano, una persona con una familia a la que desea
proteger por encima de todo, y eso anuda entre los dos un compañerismo oscuro.
Karla lleva siempre como amuleto el encendedor de Smiley, un encendedor con una
inscripción.
Las novelas de Le Carré
empiezan siempre muy lejos del núcleo central de la narración. Un personaje episódico,
un acontecimiento fortuito, una coincidencia extraña, algo que a una persona
común, la portera de un inmueble parisino por ejemplo, le parece fuera de
lugar. A partir de ahí la narración empieza a tirar de hilos, a recoger cabos
sueltos, a retroceder en el tiempo para resucitar asuntos a los que en su
momento se dio carpetazo administrativo. El resultado es una intrahistoria
íntima, el reverso nudoso del tapiz coloreado y brillante de la realidad
oficial, aquella en la que nadie se equivoca nunca.
Gloria a George Smiley,
el héroe auténtico, el viejo topo de nuestra era de espionaje industrial y disimulo
organizado. Gloria a John Le Carré. Nunca fue ni siquiera candidato in pectore para el Nobel de Literatura,
pero disfrutará eternamente de la atención y la admiración de nosotros los
seres humanos anónimos.