Massimo D’Alema.
«Hay vida a la
izquierda», ha asegurado Massimo D’Alema en la presentación de la publicación
de un número de la revista Italianieuropei
dedicado a la reconstrucción de un espacio de izquierda. Y ha preconizado la puesta
en pie de «una nueva fuerza política
con un proyecto de reforma del capitalismo que haga posible la reducción de las
desigualdades y la tutela del medio ambiente.» No un partido “ligero”, precisó
a continuación, «no una suma de comités electorales», porque «solo los partidos
han sabido conectar a las élites con el pueblo.»
Se trata en cierto
modo de una rectificación política por parte de D’Alema. La enésima. En 2017
protagonizó junto a Pier Luigi Bersani una escisión del PD de Matteo Renzi. En
2019 fue Renzi quien se escindió, después del fiasco de su referéndum
constitucional. Pedro Flinstone, que ha colgado en FB la reseña del debate en il manifesto, apostilla: «¿D’Alema cabalga
de nuevo? Demasiadas cuerdas para un violín que no desafine.» Quizá convenga
recordar en este momento una frase ácida del gran Riccardo Terzi: «Las
escisiones nos hacen a todos un poco más tontos.»
Nicola Zingaretti,
actual secretario del PD, ha reaccionado con frialdad a la propuesta dalemiana:
«No a las ingenierías organizativas.»
Supongamos sin
embargo que, al margen de quien la presenta, la idea sirve. Un partido amplio,
con una composición transversal (todos los partidos son transversales, tiene
sentido hablar de un sindicato de clase porque su origen es estamental, pero
los partidos agrupan a las personas en virtud de su ideología, son la urdimbre vertical
que vertebra la trama horizontal de las clases en el tejido social). Con un
proyecto reformista, de un reformismo “fuerte” del capitalismo tal como aparece.
Con insistencia en los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad, el
trabajo, la protección de las personas, la defensa de un estado del bienestar más
adaptado a la deriva de las personas y de los territorios en los últimos años, la
valorización de los bienes comunes (que no son ni estatales ni privados, y
suponen una fuente de riqueza sostenible para las comunidades en la medida en
que no sean engullidos por capitales privados y sometidos a la dura ley del
beneficio). Y seguramente alguna cosa más, pero no muchas. Muchas prioridades
son igual a ninguna.
En ese partido
hipotético, deberían tener una gran importancia la circulación de ideas y de
propuestas de abajo arriba (la circulación en sentido contrario no ha
presentado nunca un problema), y la recepción adecuada de las mismas por parte
de lo que D’Alema llama “élites”, pero quedan mejor definidas como “aparatos”.
Élites pero no tanto, surgidas de abajo y con billete de ida y vuelta; aparatos
no afectados por la tendencia recurrente a la inmovilidad, incluso a la
parálisis. Nada de hiperliderazgos ni caudillismos populistas. Estas serían las
premisas para una nueva formación de tipo 5.0, dicho sea con una expresión
luminosa utilizada hace muy poco por José Luis López Bulla.
Me cito a mí mismo,
en una elucubración que se remonta a 2014: «La izquierda necesita ser
pensada, definida, proyectada, una y otra vez, porque se alimenta de una
realidad cambiante; y la derecha no, porque el poder está ahí, igual a sí
mismo, desde siempre.»