Inauguración del ‘Árbol de la
Vida’ en la plaza de los Sagrados Corazones de Madrid. (fuente, Diez Minutos)
En otro tiempo
había personas que vivían del cuento. Ahora, dado el avance prodigioso de las
nuevas tecnologías, ya no se vive del cuento, sino del relato. Isabel Díaz
Ayuso, por ejemplo, vive del relato. Otros, sin embargo, están muriendo de lo mismo.
Cierto que son gente
anónima, que no cuenta, que carece de un lugar al sol. Simples cifras en unos
estadillos diarios que se manipulan y se enredan de modo que las cifras reales no
aparezcan hasta pasadas varias semanas. Gente a la que se da el finiquito en diferido,
que habría dicho Dolores de Cospedal.
Después de levantar
en tiempo récord y con un costo también récord el hospital Zendal, sin
quirófanos ni personal, Ayuso ha reincidido en el tema con la inauguración en
Madrid del Árbol de la Vida, un monumento a los sanitarios que han muerto combatiendo
el coronavirus. Han comparecido en el acto los reyes, el ministro Illa (abucheado
por algunos circunstantes, que pidieron su dimisión) y otras personalidades,
además, cómo no, de una gran profusión de medios informativos.
Pero la eficacia de
tales medidas viene a ser de más menos igual a cero, y los cadáveres, ay,
siguen muriendo, como cantó César Vallejo.
Los monumentos son
malos parapetos contra el virus, y los relatos sabemos ya que no sirven. Boris
Johnson se ha envainado el suyo después de un empacho de víctimas, y ha clausurado
el Reino Unido para la navidad. El virus, lejos de diluirse por la fuerza de los
conjuros neoliberistas, había desarrollado una variante más mortífera. La
amenaza ha crecido, la pospandemia queda cada día un poco más lejos, se habla
ya de un tercer rebrote para enero, nadie asegura que vaya a ser el último.
Conviene hacerse a
la idea de que la explicación de lo que nos sucede no es que 2020 era un año
gafado y 2021 será de lejos mucho mejor. Cuando despertemos de la pesadilla de
2020, el dinosaurio seguirá allí.
Si no ponemos los
medios para evitarlo. Ah, pero los medios los tenemos que poner entre todos, la
dimisión del ministro Illa no tendría mayor utilidad práctica que un pedo; es
decir, un desahogo corporal poco pudoroso de los delirios reprimidos de una
derechona cuyos especímenes más conspicuos siguen sin dimitir así caigan chuzos
de punta.
Ayuso puede morir
de relato. Madrid puede ser la tumba de un PP sumergido por los delirios de
grandeza y sin más consuelo que los abucheos a los de enfrente.