Imagen del match Kaspárov vs.
Deep Blue, en 1997. La creatividad humana cedió ante el poder de cálculo de una
supercomputadora creada por IBM. El acontecimiento representó, para muchos
tertulianos, el “fin de la historia” tal como la habíamos imaginado.
Es llamativo que el
último manifiesto de las clases pasivas militares y el último discurso de la
lideresa Ayuso coincidan en denunciar que el actual gobierno de coalición
intenta imponer el “pensamiento único”. Esta idea peregrina viene sin duda de
un argumentario común, elaborado por think
tanks muy conspicuos y utilizado en dosis masivas para denunciar que lo que
pretende la coalición nefanda de los eternos resentidos es, a la vez,
uniformizar España y romperla. Para prevenir esa catástrofe incierta,
algunos exaltados están proponiendo el remedio infalible de eliminar físicamente a la parte discrepante, con el objetivo de salvar la unidad.
Es, de nuevo, la vieja
tesis del “cirujano de hierro” que amputa las ramas para salvar el tronco. Nada
nuevo bajo el sol. Pero volvamos al curioso manejo que se está haciendo de los
pensamientos únicos.
No hace mucho, recuerden,
el pensamiento único era la panacea. El mantra de moda era entonces el TINA (“There
Is No Alternative”, no hay alternativa). Estábamos en el fin de la lucha de clases
porque la clase obrera había dejado de existir y todos éramos clases medias, desde
las limpiadoras de hotel hasta los banqueros y los duques. Además estábamos en
el fin de la historia porque las democracias habían derrotado al totalitarismo
soviético. También estábamos en el fin del pensamiento, porque los algoritmos
pensaban y decidían por nosotros, e incluso el campeón mundial Garri Kaspárov había sido derrotado
en un match por un ajedrecista cibernético.
Aquella Edad de Oro
en la que floreció incontestable el único pensamiento único, desconfíen de las
imitaciones, fue replicada en nuestros lares por el gobierno del Partido
Popular liderado por Mariano Rajoy, primero con mayoría absoluta (como corresponde
cuando el pensamiento es único, y las alternativas inexistentes), y luego,
debido algunos de esos incidentes de importancia menor de los que usted me
habla (escándalos financieros, tráfico de influencias, cajas B, discos duros
atacados a martillazos, tarjetas black, fraudes monumentales, estafas gigantescas),
mediante una mayoría relativa de gentes de orden, amparadas desde una oposición
“blanda” por jarrones chinos reconocidos y algunos paragüeros made in Taiwan.
Ahora que por fin hemos
pasado página, desde el hartazgo hacia una determinada política impuesta y como
legítima defensa colectiva contra el crecimiento abrumador de las desigualdades
sociales de todo tipo, la etapa anterior ha pasado a ser defendida, en el
argumentario mecánico de una oposición multiforme pero monótona, como la expresión
genuina de la libertad.
En cambio, según el
mismo argumentario, resultan abominables las nuevas leyes igualadoras en lo
relativo al trabajo y a la educación, que son tachadas, precisamente, de “pensamiento
único”. Es decir, de aquello que se preconizaba, desde la perspectiva simétricamente
contraria, cuando se estaba en el gobierno.
Así pues, lo que fue triaca pasa a ser veneno.
Por fuerza habrá
que concluir que existe más de un pensamiento único, así de un color como del
otro. Nos topamos así con un oxímoron, a no ser que tomemos los conceptos “pensamiento”
y “único” en acepciones diferentes, alternativas e incluso contradictorias.
Pero esa dificultad
semántica no arredra a los bravos escribidores de argumentarios de los think tanks, cómodamente instalados en
sus poltronas y con el cubata siempre a mano para inspirarse en sus
elucubraciones.