Comentaba ayer José
Luis López Bulla, en el curso de uno de sus provechosos viajes en ambulancia
desde Pineda de Marx a Can Ruti y regreso, lo oportuno de la “ley del tiempo”
en la que están trabajando Joaquín Pérez Rey y el equipo de la ministra Yolanda
Díaz (1).
Para ser rigurosos,
no sería exactamente una ley del tiempo, que ya tiene una muy severa, enunciada
por Jorge Cafrune del modo siguiente en su ‘Zamba de la esperanza’: «El tiempo, que va pasando, como la vida no
vuelve más…»
Por lo demás, como
señalaba el propio José Luis en el pequeño chat que se improvisó en su muro de
facebook, hay ‘tiempos’ imposibles de medir bajo los mismos parámetros: el
tiempo de las cerezas y el de Maricastaña, en el ejemplo puesto por él mismo,
no tienen la misma sustancia y no pueden ser nunca ni contemporáneos ni
sucesivos, ni compatibles ni incompatibles.
Entonces, lo que pretende
el equipo del Ministerio, en palabras de Pérez Rey, es, más sencillamente, «una
´ley de usos del tiempo´ en la que el tiempo de trabajo deje de ser el único y
que empiece a estar condicionado por los ritmos de vida.»
Ahí le duele. A los efectos
del trabajo remunerado, los ritmos de vida son “tiempo muerto”. Ya saben a lo
que me refiero. En un partido de baloncesto, hay “tiempos muertos”
reglamentarios, y cuando el árbitro los concede a petición de los coachs de los respectivos equipos, el
cronómetro se detiene. La vida y el tiempo corren igual y jamás vuelven sobre
sí mismos, pero ese lapso “al margen” no cuenta para el cómputo del juego.
En la fábrica
ocurría lo mismo. Uno podía solicitar un tiempo muerto para sus asuntos
particulares, y ese tiempo vital, que seguía transcurriendo para el trabajador,
dejaba de contar como tiempo debido de fábrica. En unos casos el tiempo “muerto”
había de ser recuperado; en otros, no, por estar catalogado el motivo
debidamente justificado como derecho individual del trabajador.
El derribo
sistemático de los muros de la fábrica en los procesos productivos actuales,
las nuevas formas de contratación o de “colaboración” de falsos autónomos y
falsos emprendedores, y las formas de prestación laboral con el soporte de las
nuevas tecnologías informáticas, tienden a una invasión del tiempo de vida por
parte de las obligaciones laborales. Es el “7 x 24” que denunció Luciano
Gallino (2): la nueva servidumbre, la obligación del mandado de estar en todo
momento y siempre a disposición del mandante. Ese problema, que afecta gravemente
al núcleo último y esencial del carácter y de la personalidad, tiende a “normalizarse”
por la extensión que están adquiriendo el teletrabajo y el trabajo en
plataformas; y por esa razón es necesario regularlo de una forma clara y tajante.
Lo primero es antes, y si se pierde esa batalla, será imposible ganar ninguna
otra.
Un tema fundamental
y un tema nuevo, nunca examinado antes, y que en consecuencia no se puede arreglar
con la simple derogación de las últimas reformas laborales.
(1) Ver http://lopezbulla.blogspot.com/2020/12/meditaciones-desde-mi-ambulancia-16.html
(2) Ver https://pasosalaizquierda.com/la-sociedad-7x24/