Maqueta del ‘palatium’ romano del s.
III en Cercadilla, Córdoba. (Fuente, R. Hidalgo y J.A. Ortega, El País)
Los intereses de la economía catalana están mucho más
pendientes de la ampliación del aeropuerto del Prat que del famoso y en muchas
ocasiones pospuesto corredor mediterráneo, que al parecer de los expertos
favorecería más a Valencia. ¿Y qué?, me pregunto. En estas latitudes el
progreso parece ligado a una competencia descarnada entre territorios. Mors tua vita mea, lo que es bueno para
Valencia en comparación, no es bueno ya, no es deseable para Barcelona. (¿¿??)
El juego del egoísmo territorial
planea sobre las decisiones técnicas. Se trata de un juego que va acompañado de
zancadillas de todo tipo y de un amplio muestrario de fakes y de cacicadas. En
la ineludible ampliación de las instalaciones aeroportuarias, se presenta como necesario
el sacrificio de los aiguamolls de la
Ricarda, un pequeño pulmón en una zona crítica, un modesto oasis de
biodiversidad que se pretende enterrar bajo cemento y betún.
Allá va de nuevo la
Economía con mayúscula cegada por la luz del beneficio privado a corto, de
poder ser a cortísimo, plazo. Cualquier otra consideración es descalificada de
entrada: la Ricarda no vale en términos de PIB lo que el pedo de un banquero.
Parecía que habíamos
aprendido algo de la secuencia de acontecimientos que se ha ido desplegando
desde 2007 hasta la recentísima y aún vigente pandemia. Algo relacionado tal
vez con las prioridades, con el tiempo, con el respeto que merecen el territorio,
la naturaleza y las personas.
En 1991, ante la
inminencia de la Exposición Universal de Sevilla, se tomó la decisión de
plantar la estación de Córdoba para la estratégica línea del AVE
Madrid-Sevilla, en Cercadilla, ahora Tres Culturas, el lugar donde se estaba
empezando a excavar un enorme complejo arqueológico, mayor que el Foro de
Trajano de Roma, que incluía restos de «lápidas, mosaicos, un teatro romano, un
templo, un circo, un anfiteatro, un palacio…», destruidos rápidamente por las
excavadoras y rellenados de inmediato por las hormigoneras.
El AVE “a costa de lo que
sea” se vendió como la gran oportunidad de prosperar para la España del Sur. Carlos
Solchaga, ministro de Economía y Hacienda, ejerció de mago de Oz de aquel
invento. Todos íbamos a hacernos ricos; la URSS, todo el bloque del socialismo real, se había
hundido en el polvo, y surgía de entre sus ruinas una nueva época, un brave new world preñado de oportunidades.
No fuimos nosotros, sin
embargo; no fue la España del Sur, sino algunas muy determinadas fortunas
privadas, lo que prosperó. Habría ocurrido casi lo mismo, aunque no en tantísima proporción, si se
hubiera optado por una alternativa que permitiera poner en valor el gran complejo
arqueológico del palacio romano. Era algo nuestro, historia recuperada, “patria”
yendo a lo etimológico y no a lo abusivo del término. Era también un as de
triunfo para una apuesta turística a largo plazo, como ha demostrado andando el
tiempo el complejo califal de Medina Zahara.
Pero estábamos en la edad
de oro del TINA, There Is No Alternative,
¿recuerdan?
Ahora hablamos de
crecimiento sostenible, de lucha contra el cambio climático, de ecología, de
Agenda 2030 y 2050. Hay alternativas. No se puede consentir que los cantos de
sirena de una nueva ola de progreso, procedente para mayor paradoja del turismo,
sirva de música de réquiem a la Ricarda.
Todos somos la Ricarda.