Christian Erikssen caído en el minuto
42 del encuentro Dinamarca-Finlandia de la Eurocopa.
Un jugador de fútbol quedó
tendido en el césped, en mitad de un partido. Sus compañeros se dieron cuenta
de inmediato de que el caso era grave. El médico de su selección saltó al campo
y consiguió reanimarlo. Ahora está consciente y estable.
Es una historia casi
trivial: las técnicas de reanimación en caso de accidente cardiovascular son
conocidas, hay desfibriladores que salvan vidas, lo esencial es llegar a tiempo
de evitar lo irreversible. Etcétera.
Queda un punto por
resolver, y es cuándo, en qué momento preciso, llega lo irreversible. El médico
que reanimó al jugador afirma que este estaba clínicamente muerto cuando él llegó
a su lado; que no se trató de una reanimación sino de una resurrección. Nos
veríamos en un caso semejante al de Pablo en su Epístola a los Corintios: «Muerte,
¿dónde está tu aguijón? ¿Dónde, sepulcro, tu victoria?»
Sería interesante,
siquiera desde el punto de vista teórico (en la práctica, la diferencia no es
en ningún caso muy grande), añadir algo de precisión científica a las dos preguntas
de Pablo de Tarso, que por lo demás las formuló de un modo ampliamente retórico,
en absoluto científico.
Algo parecido puedo decir
de la novela de Hervé Le Tellier, “La
anomalía”, que acabo de leer con escaso provecho. Odio los spoilers, de
modo que diré lo mínimo: se trata de la cuestión de si todos nosotros somos
seres primigenios, dotados de un “aura” irrepetible que diría Walter Benjamin;
o bien nuestra naturaleza responde a un programa externo, desconocido para
nosotros, y en consecuencia bien podríamos ser objeto de una reproducción
mecánica (una o más “fotocopias” exactas y conformes en todo), en determinadas
circunstancias.
El tema de la novela da de
sí para un despliegue de ingenio sin grandes consecuencias éticas ni
ontológicas. Los personajes ofrecen un muestrario amplio de profesiones, de
conductas y de interrelaciones, siempre desde la óptica de lo que se puede ver
en un avión de pasajeros Boeing de la compañía Air France que cubre el vuelo
París-Nueva York. El jurado del Goncourt se ha inclinado en esta ocasión por un
juego de simulación destinado a lectores con coeficientes medio-altos, así de inteligencia como de ingresos. Algo interesante para pasar el rato, sin grandes pretensiones y en caso de que no le pidas
un compromiso mayor a la literatura.
Puede darse el caso de que en efecto estemos
sobrevalorando el “aura” especial de las personas. “No hay otro yo”, proclamó Don
Quijote, y tal vez lo hemos tomado demasiado al pie de la letra. El médico de
Erikssen y el novelista Le Tellier nos sugieren la alternativa de una vida y una
literatura que juegan con los límites, con el más y el menos, sin eliminar del
todo ese punto crítico en el que empieza la gran zona de sombra, ya
irreversible y sometida a leyes absolutamente diferentes de las de la vida, tal como aquí y ahora entendemos la vida.