Algo les ocurrió con la
Noche a dos artistas enormes, Amadeus Mozart y Michelangelo Buonarrotti, que
volvió por completo del revés su perspectiva.
Mozart, según el libreto
de “La flauta mágica”, tenía que hacer antipática a la Reina de la Noche, pero
(tal vez por la intervención de un mecanismo inconsciente, según una intuición
de Peter Shaffer en su drama “Amadeus”, llevado a la pantalla por Milos Forman)
le adjudicó dos arias imbatibles, que produjeron el efecto diametralmente
contrario: todos la adoramos.
Interviene seguramente
también en nuestro juicio un aborrecimiento a los estereotipos de la época. La
irreprochable princesa Pamina emprende el camino hacia la iluminación, guiada
por la fuerza del amor y sometida a un duro aprendizaje por el sacerdote
Sarastro. La música de Mozart debía subrayar esa ascensión a un tiempo
didáctica y ejemplarizante, pero su música se le fue hacia otro lado y los dos
personajes favoritos del público, desde buen principio, fueron los más
políticamente incorrectos de la función: el pajarero Papageno y la mamá protestona
de Pamina, la Königin der Nacht.
El caso de Miguel Ángel es
muy distinto, pero también tiene que ver con la Noche. Es sabido que, mientras
Mozart era muy sensible a las gracias del bello sexo, Miguel Ángel pertenecía
decididamente al grupo de hombres que “no” aman a las mujeres. En el techo de
la Sixtina, todo el mundo conoce de memoria la escena de la creación de Adán,
reproducida cientos de millones de veces. Para la creación de Eva, el artista
tenía a mano un modelo de alto voltaje, el “Nacimiento de Venus” de Botticelli.
Esto es, en cambio, lo que hizo con la pobre Eva, en una escena contigua a la apoteosis
de Adán. Una ignominia, lo digo con toda claridad. No porque esté claramente sobrada
de peso según nuestros cánones actuales, también lo estaban las grandes damas
de Tiziano y de Rubens, y resplandecían. Es que el artista la ha pillado a
traición en una pose desangelada, saliendo de la costilla de Adán medio a
gachas, torpe y encogida.
Pues bien, en las tumbas
mediceas de la Sagrestia Nuova de San
Lorenzo, en Florencia, el mismo Miguel Ángel esculpió una “Noche” prodigiosa,
que pueden admirar en la cabecera de este post. Rebosa fuerza contenida,
gracia, serenidad. Marca tableta en el abdomen. Es una mujer autosuficiente, un
arquetipo atlético, muy moderno, muy actual, de feminidad. Corta el aliento del
espectador. Cuando la vio Giovanni di Carlo Strozzi, un poeta coetáneo de
Miguel Ángel, se enamoró de inmediato de la figura y, según cuenta Stendhal en
su “Historia de la pintura en Italia”, colgó en un lugar visible los siguientes
versos:
La Notte che tu vedi in si dolci atti / dormir, fu da un
Angelo scolpita / in questo sasso, e, perché dorme, ha vita. / Destala se nol
credi, e parleratti.
(La Noche que ves dormir
en tan dulce actitud fue esculpida en esta piedra por un Ángel; y puesto que
duerme, vive. Despiértala si no lo crees, y te hablará.)
Miguel Ángel replicó con
otra cuarteta que colgó en el mismo lugar, como si la propia Noche hablara
desde su sueño:
Caro m’é il sonno, e piú l’esser di sasso / mentre che’l
danno e la vergogna dura. / Non veder, non sentir m’é gran ventura; / però non
mi destar, deh, parla basso.
(Me es grato el sueño, y
más el ser de piedra, mientras triunfan el mal y la vergüenza. No ver, no oír,
es mi mayor ventura; no me despiertes, pues, y habla en voz baja.)
Miguel Ángel pintó o
esculpió madonas correctísimas, en su mayor parte Dolorosas, y una colección
completa de sibilas y sacerdotisas respetables, pero nunca llegó tan lejos en
la plasmación del cuerpo femenino como en esta Noche, recostada en una mitología
de mármol pero llena de dinamismo en el muslo tenso como un resorte; los ojos
cerrados, absortos en un sueño íntimo que no desea compartir con nadie.
Pienso que tal vez la
pintura de Frederic Leighton “Sol ardiente de junio” (abajo), de finales del
siglo XIX, es un intento de mostrar la sensualidad implícita en la figura
miguelangelesca convirtiéndola en un abandono más profundo, propicio a las
asechanzas de un “demonio meridiano”. El defecto de la composición decimonónica
es que esa deriva hacia lo “deseable” desde el punto de vista del varón, ablanda
la figura en exceso. Pero es solo una apreciación mía.