Fotograma de ‘Seven chances’ (Siete
oportunidades), Buster Keaton 1925.
La misma judicatura que
resiste sin novedad en el alcázar los intentos de cambio razonable previstos en
la Constitución y urgidos por el gobierno; esa judicatura precisa, que no es
monolítica como no lo es nada en este mundo de apariencias vanas, llama ahora a
declarar como implicados en el caso Kitchen a María Dolores de Cospedal y su
marido. Dicen que Soraya Sáenz de Santamaría espera turno.
“¿Es esto justicia, señor
juez?”, como preguntaba De Niro en el papel de Capone en la película “Los
intocables de Eliot Ness”, cuando le condenaban a prisión por un delito fiscal
menor. Quien debe preguntar en este caso es Pablo Casado, porque le crecen los
enanos del circo y le cumplen todas las cuentas de la lechera que se había
hecho para encaramarse al gobierno antes de que el tsunami que crece a sus
espaldas se lo lleve por delante.
El terreno que ocupa ahora
mismo es muy incierto, a pesar de la campaña masiva de los medios de
(des)información, y de la complicidad inesperada y afortunada que ha encontrado
en Vox, con cuya plana mayor se dispone a retratarse de nuevo en la Plaza del
Genocida Colón, para dejar constancia imborrable en las hemerotecas cuando
nadie recuerde ya ni su nombre (el de Casado, me refiero) ni su jeta de zascandil.
La situación del líder del
PP me recuerda a la de Buster Keaton, en aquella película en la que tenía que
casarse a plazo fijo para cobrar una herencia; pero para alcanzar su objetivo antes
tenía que escapar de la muchedumbre de candidatas dispuestas a todo, a las que
había atraído con un poco meditado anuncio por palabras en la prensa. Era una
doble carrera sin resuello: de un lado, la necesidad de llegar a tiempo a la
iglesia donde le esperaban un notario y la bendición eclesiástica que salvaría
su fortuna; del otro lado, impedir que llegasen antes las tropecientas
candidatas a su mano, que le perseguían vestidas de blanco y con el ramo de
flores en la mano. En un momento dado, un desprendimiento de rocas por una
ladera añadía leña al mono, y Buster se veía obligado a practicar el arte del
quiebro y de la esquiva.
Me he sentado a la sombra,
en la puerta de mi casa, dispuesto a esperar lo que haga falta para ver pasar por
mi calle el funeral político de Casado, con el solemne cortejo correspondiente
y las plañideras de turno. Tal y como se están precipitando los
acontecimientos, auguro que no hará falta esperar mucho.