La puerta semioculta de una basílica
subterránea en Capadocia, Turquía.
Ayuso se ha ratificado en
lo mismo que dijo “en caliente” sobre el rey de España y los indultos: “Es una
vergüenza que le hagan firmar eso a ese hombre, y Pablo (Casado) piensa lo
mismo que yo.” Dicho de otro modo, la aplicación estricta de la norma
constitucional viene a resultar un trágala ominoso impuesto por el gobierno a alguien
que lo último que desearía es indultar a esos doce súbditos levantiscos.
Antes, Pablo (Casado)
había interpretado a su vez a Ayuso, en el sentido de que por supuesto lo que ella
quiso decir es que todos marchamos francamente, y nosotros los primeros, por la
senda constitucional; pero que la antedicha senda constitucional es en sí misma
una vergüenza.
Los oídos expertos
percibirán alguna mínima disonancia entre las dos melodías; en cualquier caso, el
mensaje se entiende sin esfuerzo. La secuencia lógica es: indulto – vergüenza –
rey en un compromiso – Pedro Sánchez culpable.
Que haya un rey está bien
pensado, para nuestra derecha. La impunidad para sus posibles trapicheos es
perfecta, asimismo. El fallo presente en la Constitución, es tan solo que se vea
obligado, debido a un respeto exagerado por gobiernos elegidos de cualquier manera, a hacer
cosas que él nunca haría por su propio impulso. Cuánto mejor sería entonces
tener un rey absoluto, y a mayor abundamiento un presidente del Poder Judicial
absoluto, un Papa (exclusivo para España) absoluto, un gobernador absoluto del
Banco de España, y un capitán de la selección española de fútbol también
absoluto, para rematarlo. Nos veríamos todos adecuadamente gobernados por esa
cabeza de toro ─de trapo─ que apareció en Colón colocada encima de los hombros de
la “sociedad civil”. El entramado institucional quedaría completo, entonces, mediante
una acción drástica, ejemplar y eficaz para la conservación de nuestras
esencias, por parte de las Conferencias de San Vicente de Paúl, según se
desprende de una antigua cantinela (*).
Hay problemas de protocolo
en Cataluña, sin embargo, relacionados con una visita a Barcelona del ciudadano
Felipe Sexto. El president Aragonès
asistirá a una reunión de carácter económico en la que estarán presentes
representantes así del gobierno de España como de Corea del Sur. Se abstendrá,
sin embargo, de asistir a una cena con los mismos, que le podría dejar en
herencia una acusación nefanda de botiflerismo.
Le dará igual. Cuando un
Casado se retiene de decir lo que de verdad piensa, siempre salta al redondel una
Ayuso más o menos espontánea, dispuesta a trastear al bicho según su propio
albedrío. Aragonès no evitará ser motejado de botifler, y habrá perdido una
oportunidad de acceder mediante un pequeño esfuerzo personal a una de esas estructuras
informales pero influyentes, donde podría ser escuchado y recibir esbozos de
respuestas ─siempre relativas, nunca absolutistas─ a problemas acuciantes que
se plantean a su gobierno en el estricto presente.
Cuando tanto se habla de
los 29 segundos de Sánchez junto a Biden, alguna conclusión deberíamos sacar,
al respecto.
(*)
I el poble, que es foti i prengui pel
cul, / que per presservar les seves essències / s’han creat les Conferències /
de Sant Vicenç de Paúl.