sábado, 19 de junio de 2021

CÍRCULOS CONCÉNTRICOS



 Tres novelas cortas ─entre las 150 y las 190 páginas cada una─ recorren la parábola vital de Theodor Kallifatides, el griego que se dio a conocer como escritor en Suecia y en lengua sueca, y que se reencontró con sus orígenes, con sectores desconocidos de su familia, y con la lengua materna que nunca descuidó ni dejó de lado, muchos años más tarde, Son “Otra vida por vivir”, “Madres e hijos” y “Lo pasado no es un sueño”, por orden de aparición en la edición española de Galaxia Gutenberg, exquisitamente traducida por Selma Ancira.

Ignoro si fueron escritas exactamente en ese orden. Al concluir una visita a su madre Antonía, en Madres e hijos, Theodor declara “Tenía yo un libro que debía ser escrito”, y su madre le pregunta: “¿Me dará tiempo de leer ese libro?” Según algunos indicios y cabos sueltos, ese libro que interiormente le estaba pidiendo ser escrito, acabaría por ser Otra vida por vivir, y Antonía murió antes de que estuviera terminado. En Lo pasado no es un sueño, se narra el fallecimiento de la madre y se insiste, sin repetir escenas, en el regreso a Molái (Molaoi) del escritor para recibir un homenaje que empieza como iniciativa de la directora de la “Asociación de Señoras y Señoritas de Molaoi”, y acaba por congregar a todas las fuerzas vivas, incluidos el alcalde, el obispo ortodoxo, académicos, poetas, y decenas de amigos de infancia dispersos por el mundo.

La estructura de la trilogía es, entonces, la de unos círculos concéntricos, como los que se producen en la superficie de un estanque al arrojar una piedra. El primer círculo y el más compacto narra sobre todo la historia de la familia en un contexto difícil, la ocupación nazi, la guerrilla, las terribles represalias contra los comunistas a la finalización del conflicto mundial, y el milagro cotidiano de la supervivencia. El segundo libro es el del regreso y la reinstalación de un  hombre en el “lugar en el mundo” que el destino le tenía asignado. Y el tercer libro cuenta, con una enorme sobriedad, algunos porqués:

Por qué un joven deja su propio pueblo en unas circunstancias que hacen imposible cualquier alternativa, y se marcha a vivir a un país en el que se habla una lengua de la que tan solo conoce una palabra: Godmorgon, buenos días. Y por qué regresa sesenta y dos años después, no para quedarse en Grecia ni para ajustar cuentas pendientes, sino para poder completarse y explicarse a sí mismo.

Hay un momento cómico de desorientación hacia el final del tercer libro cuando Theodor y su esposa sueca Gunilla embocan en su cochecito de alquiler las calles de Molaoi. Ella no conoce nada de aquello, pero para él es peor: no reconoce nada. Las calles de tierra están asfaltadas, los edificios son nuevos, donde él recordaba una pendiente ahora ve una superficie plana. Está perdido, no sabe por dónde seguir, cómo encontrar la plaza.

─Tú no encuentras ni los huevos en la nevera ─se ríe Gunilla, que está de buen humor, todo le parece muy hermoso, mientras él se deja dominar por una angustia creciente.

Finalmente, casi por sorpresa, llegan a la plaza y la angustia desaparece de pronto. «Sentí un gran alivio. La plaza no era como yo la recordaba, pero recordaba a la que yo recordaba.»

Intenten explicarlo mejor.