Una avenida del centro de Atenas, ayer a
mediodía. (Fuente, Poppi Louka)
Ha sido un éxito la huelga
general de 24 horas convocada en Grecia ayer, día 10 de junio, por los
sindicatos tanto del sector público como del privado. Se trataba de protestar
contra el intento del gobierno de Kyriakos Mitsotakis (de la archiconocida “Nueva
Democracia”) de “flexibilizar” las relaciones laborales, privilegiando por un
lado los acuerdos directos entre la dirección de la empresa y el trabajador
individual, obviando la mediación sindical; restringiendo por otro lado el
derecho de huelga y de manifestación, y finalmente, convirtiendo la Inspección
de Trabajo en un organismo independiente, no financiado por el Estado, que
saldría a concurso público. Lo cual, como se echa de ver fácilmente, arruina
todas las posibles garantías para los trabajadores. Una Inspección más
fácilmente corruptible será a corto plazo una Inspección más fácilmente corrompida.
La nueva ley de reforma
laboral ha sido aprobada ya en comisión parlamentaria, aprovechando la mayoría
de la derecha en la Vulé (Parlamento), y su votación en plenario está prevista
para el próximo día 17.
La reacción de los sindicatos
y de los trabajadores griegos ha sido contundente. El país quedó paralizado
ayer, sin metro, trenes ni tranvías; solo se mantuvo el servicio de autobuses. Los
médicos y sanitarios, de un lado, y los profesores de otro, se adhirieron a la
huelga de modo que los sectores esenciales de la Sanidad y la Educación cerraron
desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, salvo servicios mínimos en
los hospitales. Tampoco han salido la mayoría de los diarios, y las radios y
televisiones han parado de manera masiva. Fábricas y talleres cerraron sus
puertas. Manifestaciones descentralizadas han recorrido las calles de prácticamente
todas las ciudades del país.
La jornada griega no es
algo que quede lejos de nuestra circunstancia particular. Está en juego la
salida global de la crisis sanitaria y económica, en unos momentos críticos en
los que el virus empieza a retroceder. Grecia no va a ser el único lugar donde
la gran derecha intente por la vía de los hechos, y contando a su favor con el
efecto sorpresa, conseguir una recuperación veloz y drástica de la tasa de
ganancia, pasando por encima de los derechos y las garantías de los
trabajadores.
El momento solidario ha pasado,
ahora que la vacunación masiva va permitiendo superar el miedo al virus. El
ejemplo de la derecha de Mitsotakis es un indicio de que ya no estamos todos en
el mismo barco; pero también Pablo Hernández de Cos, el inefable gobernador del
Banco de España, se ha dado toda la prisa del mundo para anticipar una breve
síntesis de por dónde pueden ir los tiros aquí mismo, y ha recetado ajo y agua como
principal remedio para que la economía vuelva a crecer.
Y será casualidad, pero
pasado mañana se nos manifiestan nuestras derechas en nuestra misma casa, en el
centro geográfico y sentimental de Madrid. Van disfrazadas de “sociedad civil” y
los líderes renuncian a salir en la foto, pero aparecen con el inconfundible
soniquete fanfarrón del “aquí estamos porque hemos venido”.
Que nadie se sorprenda, y
nadie se llame a engaño. Están aquí, en efecto, y no han venido para debatir
democráticamente sobre los problemas, sino para imponer “sus” soluciones.
Que no son las nuestras.
No estamos ya todos en el mismo barco.