viernes, 11 de junio de 2021

YA NO ESTAMOS TODOS EN EL MISMO BARCO

 


Una avenida del centro de Atenas, ayer a mediodía. (Fuente, Poppi Louka)

 

Ha sido un éxito la huelga general de 24 horas convocada en Grecia ayer, día 10 de junio, por los sindicatos tanto del sector público como del privado. Se trataba de protestar contra el intento del gobierno de Kyriakos Mitsotakis (de la archiconocida “Nueva Democracia”) de “flexibilizar” las relaciones laborales, privilegiando por un lado los acuerdos directos entre la dirección de la empresa y el trabajador individual, obviando la mediación sindical; restringiendo por otro lado el derecho de huelga y de manifestación, y finalmente, convirtiendo la Inspección de Trabajo en un organismo independiente, no financiado por el Estado, que saldría a concurso público. Lo cual, como se echa de ver fácilmente, arruina todas las posibles garantías para los trabajadores. Una Inspección más fácilmente corruptible será a corto plazo una Inspección más fácilmente corrompida.

La nueva ley de reforma laboral ha sido aprobada ya en comisión parlamentaria, aprovechando la mayoría de la derecha en la Vulé (Parlamento), y su votación en plenario está prevista para el próximo día 17.

La reacción de los sindicatos y de los trabajadores griegos ha sido contundente. El país quedó paralizado ayer, sin metro, trenes ni tranvías; solo se mantuvo el servicio de autobuses. Los médicos y sanitarios, de un lado, y los profesores de otro, se adhirieron a la huelga de modo que los sectores esenciales de la Sanidad y la Educación cerraron desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, salvo servicios mínimos en los hospitales. Tampoco han salido la mayoría de los diarios, y las radios y televisiones han parado de manera masiva. Fábricas y talleres cerraron sus puertas. Manifestaciones descentralizadas han recorrido las calles de prácticamente todas las ciudades del país.

La jornada griega no es algo que quede lejos de nuestra circunstancia particular. Está en juego la salida global de la crisis sanitaria y económica, en unos momentos críticos en los que el virus empieza a retroceder. Grecia no va a ser el único lugar donde la gran derecha intente por la vía de los hechos, y contando a su favor con el efecto sorpresa, conseguir una recuperación veloz y drástica de la tasa de ganancia, pasando por encima de los derechos y las garantías de los trabajadores.

El momento solidario ha pasado, ahora que la vacunación masiva va permitiendo superar el miedo al virus. El ejemplo de la derecha de Mitsotakis es un indicio de que ya no estamos todos en el mismo barco; pero también Pablo Hernández de Cos, el inefable gobernador del Banco de España, se ha dado toda la prisa del mundo para anticipar una breve síntesis de por dónde pueden ir los tiros aquí mismo, y ha recetado ajo y agua como principal remedio para que la economía vuelva a crecer.

Y será casualidad, pero pasado mañana se nos manifiestan nuestras derechas en nuestra misma casa, en el centro geográfico y sentimental de Madrid. Van disfrazadas de “sociedad civil” y los líderes renuncian a salir en la foto, pero aparecen con el inconfundible soniquete fanfarrón del “aquí estamos porque hemos venido”.

Que nadie se sorprenda, y nadie se llame a engaño. Están aquí, en efecto, y no han venido para debatir democráticamente sobre los problemas, sino para imponer “sus” soluciones.

Que no son las nuestras. No estamos ya todos en el mismo barco.