lunes, 7 de junio de 2021

GRABACIONES EDITADAS

 


Tristes tiempos cuando la verdad apenas encuentra otro espacio para salir a la luz que el de las personas de bien que la pintan en los muros de las calles. (Imagen tomada en préstamo del muro en facebook de Antonio Ruda)

 

«¿Quién asegura que las grabaciones no están editadas?», preguntaba Ana Rosa Quintana en su programa televisivo del jueves pasado.

Las grabaciones aludidas recogían conversaciones de María Dolores de Cospedal y/o su marido con el comisario Villarejo, a propósito de ese tinglado de espionaje interno que se viene conociendo con el nombre clave de Kitchen. Las grabaciones han sido admitidas como prueba por el tribunal que juzga el caso. “Editadas” es una forma profesional de decir que las cintas correspondientes habrían sido manipuladas con posterioridad a los hechos de los que testimonian, de modo que una charla inocente sobre el tiempo podría haberse trufado con una mención a operaciones ficticias de espionaje a terceras personas muy respetables, como Luis Bárcenas o su señora.

La pregunta de Ana Rosa tiene respuesta fácil: los expertos son capaces de detectar cuándo una cinta ha sido manipulada con el fin de que muestre algo que en realidad no ocurrió. Para decirlo de forma sencilla, es tan fácil manipular una grabación como demostrar que ha sido manipulada. No caben dudas al respecto. En los tribunales no han sido admitidos como prueba cientos de documentos de este tipo, en los que se habían modificado frases o borrado momentos de modo que pareciera que las personas grabadas hablaban de algo distinto de lo que hablaban.

No estamos entonces ante un hecho inaudito frente al que resulta prácticamente imposible reaccionar. No. Las acusaciones basadas en pruebas falsificadas son tan antiguas como cagar en el campo, para utilizar una expresión que el artista Víctor Manuel acaba de emplear con enorme desacierto y mala pata, en relación con Podemos.

La pregunta en cuestión tiene, entonces, respuesta fácil, pero mantiene en pie un problema relacionado con la pregunta misma. Todos sabemos de qué pie cojea Ana Rosa: es la conductora de un programa televisado que tiene un sesgo francamente volcado hacia esa línea de sombra en el espectro a partir de la cual la derecha empieza a ser la derechona. Habría sido más comprensible, además de un ejercicio de sinceridad que le habríamos agradecido, que expresase su pregunta de la siguiente manera: “¿Quién nos asegura que en esas grabaciones no se ha hecho lo mismo que hago yo todos los días?”

Así están las cosas. Si Pablo Iglesias se retiró ─esperemos que por poco tiempo─ de la arena política con la esperanza de que decrecería el bombardeo mediático sobre cualquier mínimo detalle relacionado con el gobierno progresista de coalición, bien claro se ha visto que no es así. Los conductores de programas y sus tertulianos, los directores de los medios y todo ese conglomerado que solemos llamar “la caverna” por sus modos y maneras troglodíticas, se han limitado a variar el objetivo de sus misiles y buscar nuevos blancos. Josep Cuní, esta mañana, daba paso a un fulano sedicente economista y catedrático, con el pretexto de que sus palabras, que el mismo Cuní consideraba poco ponderadas, están siendo “trending topic”. Ese payaso de la cochambre, no quiero citar su nombre, ha llamado a la vicepresidenta cuarta Teresa Ribera “ecólogo-comunista analfabeta”, y asegurado que no sabe distinguir entre un kilovatio y una kilocaloría.

¿No les parece a ustedes que el mindundi en cuestión estaba “editando” su declaración a los medios, para expresarlo en lengua anarrosácea?