Heródoto trata con un
cariño especial a algunos personajes de sus Historias. Uno de ellos es la reina
Artemisia de Halicarnaso, a la que dice (Libro VII, 99-1) admirar “más
que a todos” los comandantes que acompañaron al rey Jerjes en su invasión a la
Hélade.
Artemisia era reina de
Halicarnaso desde la muerte de su marido, y tenía un hijo joven, al que puso a
buen recaudo cuando decidió, «impulsada por su carácter fuerte y viril, y sin
estar obligada a ello de ninguna manera», participar en la guerra con cinco
naves, «las más famosas de toda la flota después de las de Sidón».
El rey Jerjes apreciaba
mucho sus consejos. Artemisia se había comportado con valor y eficacia en los
encuentros navales en torno a la isla de Eubea, y cuando la flota griega se
encerró en el estrecho de Salamina, el rey le pidió consejo: ¿mejor dar batalla
o dejarles salir hacia Corinto? Artemisia le contestó que no debía arriesgar la
flota en un encuentro naval, cuando podía ganarlo todo por tierra. El rey persa
apreció el consejo, pero se decidió por el parecer de la mayoría y presentó
batalla. La cosa acabó mal, como es ampliamente conocido, y Jerjes volvió a
pedir consejo a la reina después de la derrota. ¿Debía seguir él mismo al
frente del ejército, o volverse a Sardes y dejar el mando a Mardonio? Artemisia
le contestó que mejor volverse a su casa, porque todo lo que pudiese ganar
Mardonio sería honra para él, y en cambio si Mardonio en definitiva perdía, eso
no afectaría a su gloria personal. Jerjes alabó mucho el consejo (porque era lo
mismo que él pensaba en secreto, nos aclara Heródoto) y lo siguió a rajatabla.
También encargó a Artemisia que llevara en sus naves hasta Éfeso a varios de
los hijos naturales del rey, que se había llevado consigo como quien dice de
excursión. Y aquí acabaron las aventuras helénicas de la reina.
Pero el principal motivo
de la fama de Artemisia tuvo lugar en el curso de la misma batalla. Una serie
de maniobras y contramaniobras de los atenienses, más hábiles en la lucha
naval, crearon cierta confusión en la formación enemiga. Artemisia se vio
perseguida muy de cerca por un trirreme ateniense, y con la retirada cortada
por una nave propia, la del rey Damásimo de Calindos.
Aquí Heródoto procura ser objetivo.
Calindos era territorio tributario de Halicarnaso, y Damásimo había planteado
problemas anteriormente a la reina, que al ser mujer parecía una presa fácil
para un varón ambicioso. La reacción de Artemisia, dice, pudo ser “a cosica
hecha” (a ragion veduta, según el
texto italiano que sigo), o bien determinada solamente porque la casualidad había
puesto aquel barco en su camino. El dato es que Artemisia lo embistió, lo pasó
por ojo y lo hizo naufragar. Ninguno de sus tripulantes se salvó (los bárbaros
no contaban la natación entre sus ejercicios habituales), de modo que no hubo
nadie para testimoniar más tarde contra la reina por su acción poco
escrupulosa. Esa fue la primera carambola feliz de Artemisia en Salamina.
Segunda, el capitán ateniense
que la perseguía, al ver aquello pensó haberse equivocado. “Es de los nuestros”,
se dijo, y varió el rumbo de su trirreme en busca de otra presa.
Tercera, Jerjes estaba
presenciando la batalla sentado en un trono en lo alto del monte Egáleo, y
tenía pocas razones para sentirse satisfecho de cómo iban las cosas. Sus
ayudantes llamaron su atención: “Mirad ahí, sire, Artemisia ha hundido una nave
enemiga.” La enseña de Halicarnaso era muy visible desde aquella distancia, y
la de Calindos no, de modo que se produjo el mismo equívoco. Jerjes se
emocionó, y cuentan que pronunció una frase de corrección política muy escasa
en nuestro tiempo, pero por entonces proverbial: «¡Mis hombres se están
comportando como mujeres, y las mujeres como hombres!»
Y cuarta carambola, justo
en ese momento el chambelán dio paso a una embajada de fenicios que venían a
quejarse de los jonios. No son de fiar, Gran Rey, son más amigos de los griegos
que de nosotros los asiáticos. Jerjes se enfureció y señaló la nave de
Artemisia. “Mirad cómo se está comportando una reina de Jonia, antes de
ensuciaros la boca con calumnias.” Y allí mismo ordenó que cortaran la cabeza a
toda la delegación fenicia, lo que fue cumplido sin falta por su guardia
personal.