miércoles, 9 de junio de 2021

LA CUÁDRUPLE CARAMBOLA DE ARTEMISIA EN SALAMINA

 


Reconstrucción a escala real de un trirreme griego del siglo V a.C.

 

Heródoto trata con un cariño especial a algunos personajes de sus Historias. Uno de ellos es la reina Artemisia de Halicarnaso, a la que dice (Libro VII, 99-1) admirar “más que a todos” los comandantes que acompañaron al rey Jerjes en su invasión a la Hélade.

Artemisia era reina de Halicarnaso desde la muerte de su marido, y tenía un hijo joven, al que puso a buen recaudo cuando decidió, «impulsada por su carácter fuerte y viril, y sin estar obligada a ello de ninguna manera», participar en la guerra con cinco naves, «las más famosas de toda la flota después de las de Sidón».

El rey Jerjes apreciaba mucho sus consejos. Artemisia se había comportado con valor y eficacia en los encuentros navales en torno a la isla de Eubea, y cuando la flota griega se encerró en el estrecho de Salamina, el rey le pidió consejo: ¿mejor dar batalla o dejarles salir hacia Corinto? Artemisia le contestó que no debía arriesgar la flota en un encuentro naval, cuando podía ganarlo todo por tierra. El rey persa apreció el consejo, pero se decidió por el parecer de la mayoría y presentó batalla. La cosa acabó mal, como es ampliamente conocido, y Jerjes volvió a pedir consejo a la reina después de la derrota. ¿Debía seguir él mismo al frente del ejército, o volverse a Sardes y dejar el mando a Mardonio? Artemisia le contestó que mejor volverse a su casa, porque todo lo que pudiese ganar Mardonio sería honra para él, y en cambio si Mardonio en definitiva perdía, eso no afectaría a su gloria personal. Jerjes alabó mucho el consejo (porque era lo mismo que él pensaba en secreto, nos aclara Heródoto) y lo siguió a rajatabla. También encargó a Artemisia que llevara en sus naves hasta Éfeso a varios de los hijos naturales del rey, que se había llevado consigo como quien dice de excursión. Y aquí acabaron las aventuras helénicas de la reina.

Pero el principal motivo de la fama de Artemisia tuvo lugar en el curso de la misma batalla. Una serie de maniobras y contramaniobras de los atenienses, más hábiles en la lucha naval, crearon cierta confusión en la formación enemiga. Artemisia se vio perseguida muy de cerca por un trirreme ateniense, y con la retirada cortada por una nave propia, la del rey Damásimo de Calindos.

Aquí Heródoto procura ser objetivo. Calindos era territorio tributario de Halicarnaso, y Damásimo había planteado problemas anteriormente a la reina, que al ser mujer parecía una presa fácil para un varón ambicioso. La reacción de Artemisia, dice, pudo ser “a cosica hecha” (a ragion veduta, según el texto italiano que sigo), o bien determinada solamente porque la casualidad había puesto aquel barco en su camino. El dato es que Artemisia lo embistió, lo pasó por ojo y lo hizo naufragar. Ninguno de sus tripulantes se salvó (los bárbaros no contaban la natación entre sus ejercicios habituales), de modo que no hubo nadie para testimoniar más tarde contra la reina por su acción poco escrupulosa. Esa fue la primera carambola feliz de Artemisia en Salamina.

Segunda, el capitán ateniense que la perseguía, al ver aquello pensó haberse equivocado. “Es de los nuestros”, se dijo, y varió el rumbo de su trirreme en busca de otra presa.

Tercera, Jerjes estaba presenciando la batalla sentado en un trono en lo alto del monte Egáleo, y tenía pocas razones para sentirse satisfecho de cómo iban las cosas. Sus ayudantes llamaron su atención: “Mirad ahí, sire, Artemisia ha hundido una nave enemiga.” La enseña de Halicarnaso era muy visible desde aquella distancia, y la de Calindos no, de modo que se produjo el mismo equívoco. Jerjes se emocionó, y cuentan que pronunció una frase de corrección política muy escasa en nuestro tiempo, pero por entonces proverbial: «¡Mis hombres se están comportando como mujeres, y las mujeres como hombres!»

Y cuarta carambola, justo en ese momento el chambelán dio paso a una embajada de fenicios que venían a quejarse de los jonios. No son de fiar, Gran Rey, son más amigos de los griegos que de nosotros los asiáticos. Jerjes se enfureció y señaló la nave de Artemisia. “Mirad cómo se está comportando una reina de Jonia, antes de ensuciaros la boca con calumnias.” Y allí mismo ordenó que cortaran la cabeza a toda la delegación fenicia, lo que fue cumplido sin falta por su guardia personal.