La perversión de los símbolos: España
como piel de toro, de la tragedia en el ‘Guernica’ al correcalles de Colón.
Los acontecimientos del
domingo han venido a reafirmar que frente a la acción de gobierno solo se intenta
promocionar en el país la algarabía. El punto de partida del llamémoslo acto de
Colón era, en su diseño previo, la oposición de la sociedad civil a unos
indultos estratégicos para recuperar el pulso de país. Lo que finalmente apareció
y se reclamó fue lo que arriba queda dicho.
Hay una España que se encuentra
a gusto en la algarabía. Escuchen ustedes si es su gusto a Rosa Díez. Hay en su
discurso tanto la reivindicación de una España contra otra, como el derecho
natural de la suya, la de la “buena gente”, a imponerse porque sí a la “otra”. Por
méritos adquiridos y acumulados, diríamos, desde tiempo inmemorial, y es que se
trata, ahí está el quid, de una España inmemorial, en la que los problemas nuevos,
emergentes, solo pueden ser resueltos por el procedimiento sencillo de negarlos
en nombre de una entelequia sumergida en el túnel del tiempo.
Pablo Casado ha señalado a
Pedro Sánchez como el gran culpable de las muertes ocurridas en las residencias
durante la primera gran ola de covid, cuando se negó tratamiento médico a los ancianos
que enfermaban de coronavirus. El PSOE ha propuesto entonces investigar lo
ocurrido en las residencias desde una comisión parlamentaria, y Casado ha
anunciado de inmediato su oposición a tal medida. Señala a un culpable, pero se
niega a que se aporten pruebas. No busquen lógica detrás de esa doble
declaración de Casado: solo hay algarabía.
Abascal ha recurrido ante
el Constitucional la declaración del estado de alarma, a pesar de que también
consideró criminal la manifestación feminista del 8M (no en cambio las suyas
propias). Un magistrado del alto tribunal ha admitido en principio a trámite la
demanda de Vox, a pesar de que contradice la jurisprudencia repetida del
Supremo. Es difícil que el recurso prospere, porque quienes ocupan plaza caducada
en el Poder Judicial saben muy bien que ya no son la última instancia en ese
pleito, sino que su decisión será recurrible ante la Justicia europea, y esa
Justicia tiende por principio a ser conservadora, sí, pero también por principio
ve mal la incoherencia como método. En este país tenemos a los conservadores
ejerciendo de antisistema: una patología inaudita, que podríamos bautizar como el
cáncer de Colón.
No estén muy seguros de
que determinados titulares de la crónica de sucesos no estén relacionados, de
alguna manera sutil, con ese cáncer de Colón. Se está dinamitando alegremente el
poder legislativo, llevando el Parlamento a la parálisis mediante una táctica
de catenaccio; se enfrenta de forma insistente al poder ejecutivo con el
judicial (la famosa “judicialización” de la política), y se promueve así una
antidemocracia en la forma de desequilibrio de poderes. Se niegan los
mecanismos constitucionales de la alarma y la excepción, porque los utiliza un gobierno que "no cae bien". Se invita al ciudadano a la desobediencia
de las leyes, y al mismo tiempo se le deja indefenso ante ellas, sin recursos
legales ni sociales para oponerse a algo que podríamos describir como un
Leviatán ciego y sin sentido, un monstruo con cabeza de toro, bandera al gusto
y una calavera como hebilla del cinturón.
Un hombre se ha suicidado
cuando iba a ser desahuciado de su vivienda en el barrio barcelonés de Sans.
Era un suicidio ampliamente evitable. La alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, ha
exigido a los jueces que revisen sus criterios en este tema. Nunca más, tampoco en este tema. Esa persona caída en la desesperación debería ser la última víctima de
una legislación, implacable con el desamparo, que venimos arrastrando desde los
años de las grandes reformas del mercado financiero, sin fecha cierta de
caducidad porque la algarabía está bloqueando a machamartillo el proceso de
adecuación de las normas a los supuestos de hecho. Se jalea al monstruo por el
mero hecho de ser antiguo y de ser monstruo, y el único mandamiento de la ley divina que se
acepta es el de “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Cargando sobre las espaldas de Pedro Sánchez tanto el bollo como el hoyo.