Fachada de la sede del Tribunal
Supremo, Madrid.
El Poder Judicial ha
pedido al Gobierno amparo ante las descalificaciones variadas y numerosas que le
llegan de Europa. Hace muchos años, compuse un pastiche de una rima de Bécquer
(la del arpa) al ver como mi hija Albertina, con el pañal desbordante de lo que
no diré, reclamaba a grito pelado “la mano de nieve que sabe limpiarla”. Y
concluía mi composición con la siguiente reflexión premonitoria:
«Ay, pensé, cuántas veces los hombres / son igual que una
niña pequeña, / y después de ensuciarse ellos solos, / ¡quieren que otro les
limpie la mierda!»
Los versos son infumables,
de acuerdo, pero en la sustancia lo clavé, perdonen la inmodestia. Es justo lo
que está haciendo ahora nuestra cúpula judicial, después de seguir una política
de cooptaciones nefasta, de no generar jurisprudencia que valga un chavo, de pisar
en todos los charcos, de despilfarrar su prestigio a través del desprecio de
los criterios de prudencia (jurisprudencia) que corresponderían a distintas situaciones, y de dar
entrada a trámite, de forma aventurera, a recursos absurdos con el cuño visible de la ultraderecha. La ultraderecha, no debería hacer falta señalarlo, se
compadece muy mal con la jurisprudencia y con la congruencia que en principio
se supone a esta.
No dimitir para forzar el
cambio cuando finalizó el plazo constitucional de su mandato, ha seguido el
juego de una política de bloqueo ensayada por una determinada instancia
política contra el mismo gobierno al que ahora se pide amparo. Y esa no
dimisión ha ido acompañada por una serie interminable de nombramientos fuera de
plazo de amiguetes para puestos clave. El CGPJ ha jugado a multiplicar los “brazos
de madera” con los que hacer inexpugnable su posición, en lugar de cuidar de la
eficiencia y el prestigio de la institución aportando los criterios y los
estudios relevantes que enaltecerían el cometido indispensable de los jueces en
una sociedad democrática.
Ahora se quejan al gobierno del desprestigio que ellos mismos se han ido echando trabajosamente encima. De Europa viene lo que viene, pero la calificación de la judicatura es bajísima también en las encuestas patrias de opinión.
El remedio ya lo saben sus señorías, son mayorcitos y con estudios suficientes. Es
más cómodo, ciertamente, echar la culpa del comistrajo al gobierno, y pedirle
amparo; pero eso es algo en todo caso al alcance del tertuliano de una barra
de bar, no debería ser nunca el recurso utilizado por un cuerpo de élite al que
la Ley de Leyes señala deberes precisos que comportan una alta responsabilidad
ante todos los españoles.