viernes, 23 de julio de 2021

CINTORA Y LA PANTALLA AMIGA

 


Una imagen aproximada de mi avatar, empecinadamente anclado en la galaxia de Gutenberg.

 

Al periodista Jesús Cintora le echan de TVE. En las redes sociales corre una propuesta de boicot a TVE hasta que repongan su programa, y yo me encuentro en una situación imposible. No puedo hacer boicot porque ya lo hacía; no he visto desde hace años ni un programa de Cintora ni unos informativos de TVE.

No es manía, y técnicamente tampoco es boicot, sino abstención. Dicen que Cintora superó en algún momento el rating de audiencia de Farreras en la Sexta, pero yo no tuve en ello arte ni parte porque tampoco veo nunca a Farreras.

Soy difícil, en eso de la pantalla amiga. No veo informativos, ni concursos, ni series. Nunca veo TV3, cierto, por motivos ideológicos; pero tampoco veo otra cadena, ya sea por un motivo o por otro.

Y cada vez soy menos asiduo a los partidos de fútbol, a pesar de que tienen para mí dos alicientes: el primero, que no dependes del sonido para saber lo que está pasando (oigo poco y mal a pesar de mis audífonos, pero además el desparpajo de los locutores me ofende sin remedio cuando consigo entenderles); el segundo, que siempre puede saltar la sorpresa, digamos que el Leganés le haga un gol al Barça en el minuto 92. Un evento deportivo no depende de un guion, y un guion en cambio depende siempre de los gustos muy decantados de la audiencia, de modo que excluye por completo la sorpresa. Para expresarlo con más exactitud, el guion siempre va trufado de sorpresas, pero esas sorpresas ─por lo menos las que ocurren en el tramo final de la emisión─ tienen que ser previsibles y agradables.

Todo tiene que resultar previsible y agradable en las series del prime time, incluso los cadáveres en los casos policiales tienen un je ne sais quoi de empatía familiar que nos permite identificarnos con esa comisaria capaz de imponer su autoridad en un mundo mayormente viril, y con la auxiliar de uniforme, negrita con una cara graciosa y unos ojos inmensos, cuya tenacidad acaba por encontrar la prueba decisiva del crimen en un documento antiguo olvidado en unos archivos informáticos perdidos en la inmensidad de la nube.

Me parece estupendo que ocurran cosas así, no vayan a creer que soy un misógino y menos aún un cenizo; pero a la cuarta o quinta vez que aparece el mismo desenlace en la serie de mi pantalla amiga, prefiero echar mano de un libro que me cuente algo nuevo, incluso si ese algo nuevo ya lo había leído yo hace años.

Explico estas cosas tan personales y tan penosas, para que entiendan que estoy desde luego con Jesús Cintora y me gustaría mucho contribuir a su regreso a la pantalla para felicidad de tantos amigos míos; pero me encuentro desasistido ─desempoderado, creo que es le mot juste─ para conseguir el objetivo buscado. Porque yo ese boicot ya lo hacía de antes; como el burgués de Molière, yo hablaba en prosa sin saberlo. Peor aún que el burgués aquel, porque mi prosa absentista no traía ningún provecho a un comentarista de noticias de mi elección; era simplemente, para expresarlo con Sartre, una pasión inútil.