Un penalti fallado por Inglaterra,
anoche en el estadio de Wembley (fuente, El Mundo Deportivo)
Hoy la cosa va de fútbol,
me parece honesto advertirlo a los lectores alérgicos al llamado deporte-rey.
También me parece honesto avisar de que en este blog no se va a tratar, ni hoy
ni en breve, de la remodelación gubernamental. A mí me gusta hablar solo de lo
que entiendo, y no alcanzo a ver las claves del meneo ministerial presente, de
modo que me rindo. Podría suceder que en algún momento del devenir inmediato
echemos de menos a Carmen Calvo, o a José Luis Ábalos. ¿Se han desgastado? Sí,
claro. Duque ha sido tal vez el ministro que menos desgaste ha sufrido, pero él
es astronauta y todo le cae un poco lejos. Y además, también ha sido cesado. La
manera de mover el banquillo de Pedro Sánchez sigue siendo un misterio absoluto
para mí. Salvo alguna cosa, que diría don Mariano.
Vamos al fútbol, entonces.
El clima de fondo de la recién finalizada Eurocopa lo da el hecho, revelado por
algunos seleccionados, de que nunca antes habían ensayado tanto los penaltis.
El ejercicio deportivo parece haberse concentrado en ese medio de decisión. Los
ciento veinte minutos anteriores de juego son un prolegómeno fastidioso que es
necesario cubrir con decoro hasta jugárselo todo a la tanda.
Ayer el locutor anunció,
en tono alegre: «Parece que nos vamos a la prórroga», y yo, cosas de mi deficiencia
auditiva, entendí «… nos vamos a la porra». Luego vi algo inédito para mis
muchas horas de espectador de fútbol: el míster inglés había reservado a dos
jugadores estimables, Rashford y Jadon Sancho, hasta el minuto 118, y los sacó
al campo exclusivamente para tirar los penaltis. Rashford tiró el suyo al palo,
y el de Sancho lo paró el portero italiano Donnarumma, verdadero héroe del
festejo.
Gente como el
criticadísimo Pep Guardiola desprecia el recurso a los penaltis y quiere ganar al
fútbol jugando al fútbol, una aberración en el actual estado de cosas. Pero Pep
viene a conseguir más o menos dos de cada tres títulos en los que participa su
equipo. «Sí, pero con dopaje económico», le reprocha el señor Tebas, que no es
precisamente un fanático del jogo bonito
y conoce el dopaje económico lo suficiente para saber que el caso del City no
es la excepción sino la regla, en el mundo de la alta competición. Si el dopaje
económico bastara para ganar, Floren no se habría quedado en blanco este año, y
Laporta habría conseguido bastante más que la Copa del Rey, el título entre
todos que más le fastidiaba.
La receta adecuada que
proponen los managers cualificados del fútbol internacional silencia en
absoluto cualquier relación con la economía y se ciñe al juego físico, la disciplina
táctica y ensayar más los penaltis. A Mancini le ha valido; a Southgate, no.
Eso supone una media de tan solo un 50% de efectividad.
Y no vean lo que nos hemos
aburrido en el entretanto.