lunes, 12 de julio de 2021

POSFÚTBOL

 


Un penalti fallado por Inglaterra, anoche en el estadio de Wembley (fuente, El Mundo Deportivo)

 

Hoy la cosa va de fútbol, me parece honesto advertirlo a los lectores alérgicos al llamado deporte-rey. También me parece honesto avisar de que en este blog no se va a tratar, ni hoy ni en breve, de la remodelación gubernamental. A mí me gusta hablar solo de lo que entiendo, y no alcanzo a ver las claves del meneo ministerial presente, de modo que me rindo. Podría suceder que en algún momento del devenir inmediato echemos de menos a Carmen Calvo, o a José Luis Ábalos. ¿Se han desgastado? Sí, claro. Duque ha sido tal vez el ministro que menos desgaste ha sufrido, pero él es astronauta y todo le cae un poco lejos. Y además, también ha sido cesado. La manera de mover el banquillo de Pedro Sánchez sigue siendo un misterio absoluto para mí. Salvo alguna cosa, que diría don Mariano.

Vamos al fútbol, entonces. El clima de fondo de la recién finalizada Eurocopa lo da el hecho, revelado por algunos seleccionados, de que nunca antes habían ensayado tanto los penaltis. El ejercicio deportivo parece haberse concentrado en ese medio de decisión. Los ciento veinte minutos anteriores de juego son un prolegómeno fastidioso que es necesario cubrir con decoro hasta jugárselo todo a la tanda.

Ayer el locutor anunció, en tono alegre: «Parece que nos vamos a la prórroga», y yo, cosas de mi deficiencia auditiva, entendí «… nos vamos a la porra». Luego vi algo inédito para mis muchas horas de espectador de fútbol: el míster inglés había reservado a dos jugadores estimables, Rashford y Jadon Sancho, hasta el minuto 118, y los sacó al campo exclusivamente para tirar los penaltis. Rashford tiró el suyo al palo, y el de Sancho lo paró el portero italiano Donnarumma, verdadero héroe del festejo.

Gente como el criticadísimo Pep Guardiola desprecia el recurso a los penaltis y quiere ganar al fútbol jugando al fútbol, una aberración en el actual estado de cosas. Pero Pep viene a conseguir más o menos dos de cada tres títulos en los que participa su equipo. «Sí, pero con dopaje económico», le reprocha el señor Tebas, que no es precisamente un fanático del jogo bonito y conoce el dopaje económico lo suficiente para saber que el caso del City no es la excepción sino la regla, en el mundo de la alta competición. Si el dopaje económico bastara para ganar, Floren no se habría quedado en blanco este año, y Laporta habría conseguido bastante más que la Copa del Rey, el título entre todos que más le fastidiaba.

La receta adecuada que proponen los managers cualificados del fútbol internacional silencia en absoluto cualquier relación con la economía y se ciñe al juego físico, la disciplina táctica y ensayar más los penaltis. A Mancini le ha valido; a Southgate, no. Eso supone una media de tan solo un 50% de efectividad.

Y no vean lo que nos hemos aburrido en el entretanto.