Ilya MILSTEIN, ilustración.
Arte diabólica es
─dijo don Pablo Casado─
Que para hablar eivissenc
Un hidalgo en Ciudad Real
Llega a viejo y lo habla mal,
Y allí lo parla un muchacho.
(Nicolás FERNÁNDEZ DE MORATÍN y YO)
Ni corto ni perezoso, Toni Cantó, flamante director de la
Oficina del Español, ha puesto un tuit llamando «ha madrugar por España», y demostrado de paso que es mucho el
recorrido que falta aún por cubrir en este terreno.
El llamamiento ha
coincidido en el tiempo con una advertencia pedagógica de Pablo Casado a los
baleares en general, de que ellos no hablan catalán, sino mallorquín,
menorquín, eivissenc o formenterenc. La cosa es más compleja todavía,
deberíamos matizar a don Pablo (*). O sea, igual que no existe el catalán
canónico, otro tanto ocurre con el español que Cantó se ha puesto ha arreglar a su aire.
Cantó y Casado no son los
primeros en pisar ese jardín, por lo demás. Por los pasillos del mundo
editorial corrió hace años la anécdota del corrector de estilo, inflexible como
el legendario metro de platino iridiado, que encontró que la prosa de Gabriel
García Márquez estaba plagada de americanismos, y los corrigió absolutamente
todos en el siguiente original que llegó a sus manos.
Creo que se trataba de la “Crónica de una muerte anunciada”, y
obligó a una cuadrilla de recorrectores improvisados a hacer horas extra para
devolver el texto a su estado prístino. En cualquier caso, sí fue la Crónica el libro de Gabo que mereció del
crítico colombiano “Argos” (seudónimo) la crítica de que se le habían colado al
escritor, de forma seguramente inadvertida, tres venezolanismos. García Márquez
respondió a la acusación con un alegato formidable, “La conduerma de las palabras”, que yo leí primero en “El País” de
aquellos tiempos (después sería incluido en una recopilación de artículos
periodísticos del autor, galardonado ya con el Nobel y en consecuencia
inobjetable para los celosos vigilantes de la pureza de la Marca Colombia); y lo
recorté, y lo leí para mí muchas veces, porque era luminoso en cuestiones de
lengua. La sustancia última, de la que se desprendía toda una serie de
consecuencias necesarias para el buen uso de la lengua, era la siguiente: los
tres venezolanismos denunciados eran de uso corriente en Aracataca (Colombia), y
allí todos entendían lo que se quería decir con ellos. Si se quiere utilizar el
vehículo de la lengua para cualquier otra cosa que no sea entenderse entre
personas, se cae sin remedio en las mayores aberraciones. (Lo cual es cierto a
uno y otro lado del río Ebro, y también en Formentera o en cualquier otra
isla.)
Uno de los venezonalismos que
escandalizaron a “Argos” era la voz “conduerma”, que guardé para mí por si
acaso, pero que hasta hoy mismo no había tenido ocasión de utilizar. Dudo que Toni
Cantó, tan belicoso él con la pureza del idioma, se avenga ha darla por buena.
(*) Joan Baldoví, portavoz
de ‘Compromís’, ya lo ha hecho en el Congreso de los Diputados. Habló en
palentino, para que don Pablo pudiera entenderle.