Simone Biles es un ejemplo
de los estragos que provoca el moderno sentido de la competición. Biles ha sido
cosificada, enajenada y finalmente fagocitada por una sociedad mediática que se
comporta como una implacable picadora de carne. No es el único caso: hay una
tenista japonesa cuyo nombre se me escapa ahora mismo, hay favoritos que
fracasan todos los días sin paliativos, y está el caso de Messi, que sigue
jugando al fútbol porque se divierte en el empeño, pero es un fracaso anunciado
en todo lo demás (ahora quizá un poco menos, porque ha ganado por fin la Copa
América y algunos argentinos están dispuestos a perdonarle condicionalmente
tanto “pecho frío”; pero con todo nunca llegará al nivel de Maradona, mientras
no se le ocurra morirse.)
Y están, desde luego,
todas las personas que no son deportistas pero igual han sido trizadas, evisceradas
y expuestas al cachondeo feroz de los mediocres, en este país y en todo el
mundo. Vivimos en una sociedad que ensalza a sus promesas en cualquier terreno por
encima de toda medida, hasta convertirlas en mitos; y luego, cuando han dado la
medida de sus límites como humanos que son, les vuelve las espaldas y abomina de
ellos.
Deseo como el que más que
Simone se recupere y haga un buen papel en el concurso individual por aparatos.
Sería una reparación para ella, porque ya los medios de su país la llaman
niñata y negra consentida, y no soportan que les haya privado de éxitos que ya
contabilizaban de antemano en su medallero. No ha fallado por una lesión
muscular, que es una manera digna de fracasar (“no pudo ser”), sino por una
lesión anímica, y eso es inaceptable puesto que las mercancías que llevan
incorporadas alta tecnología carecen de alma.
Biles era un dron, una “device”,
una prueba de la superioridad tecnológica de una nación sobre todas las demás.
Algo ha fallado. Astronautas hubo que murieron desintegrados en su cohete a los
pocos segundos de despegar de Cabo Cañaveral rumbo a las estrellas, en el curso
de algo impalpable descrito en los titulares de prensa como “carrera del
espacio”. Fueron celebrados como héroes, un día, y apresuradamente olvidados
después. El caso Biles es al mismo tiempo semejante, aunque en un marco
competitivo diferente, y radicalmente distinto, porque en su fracaso ha entrado
en juego su propia voluntad, la libertad (negada) de detenerse cuando no ha
podido más.
Siempre es imperdonable el
fallo humano en esta clase de carrera, porque ahí uno/una no compite para sí
mismo sino por un himno y una bandera, y entonces es preciso ganar sí o sí, y
quedar segundo es sencillamente un bochorno para el colectivo. La vida interior
de las personas cuenta cero en esa ecuación.
En política, también, el
tema parece consistir en ganar como sea, con mentiras, insidias, bajezas, con
el recurso reiterado a las cloacas del Estado y a las cajas B. Los perdedores
honestos no merecen la más mínima consideración, por parte de los medios. Solo
algunos friquis de la política seguimos amándoles y animándoles a seguir en sus
trece mientras les queden fuerzas.