jueves, 29 de julio de 2021

EL CASO DE LA GIMNASTA ENAJENADA

 



Simone Biles en competición.

 

Simone Biles es un ejemplo de los estragos que provoca el moderno sentido de la competición. Biles ha sido cosificada, enajenada y finalmente fagocitada por una sociedad mediática que se comporta como una implacable picadora de carne. No es el único caso: hay una tenista japonesa cuyo nombre se me escapa ahora mismo, hay favoritos que fracasan todos los días sin paliativos, y está el caso de Messi, que sigue jugando al fútbol porque se divierte en el empeño, pero es un fracaso anunciado en todo lo demás (ahora quizá un poco menos, porque ha ganado por fin la Copa América y algunos argentinos están dispuestos a perdonarle condicionalmente tanto “pecho frío”; pero con todo nunca llegará al nivel de Maradona, mientras no se le ocurra morirse.)

Y están, desde luego, todas las personas que no son deportistas pero igual han sido trizadas, evisceradas y expuestas al cachondeo feroz de los mediocres, en este país y en todo el mundo. Vivimos en una sociedad que ensalza a sus promesas en cualquier terreno por encima de toda medida, hasta convertirlas en mitos; y luego, cuando han dado la medida de sus límites como humanos que son, les vuelve las espaldas y abomina de ellos.

Deseo como el que más que Simone se recupere y haga un buen papel en el concurso individual por aparatos. Sería una reparación para ella, porque ya los medios de su país la llaman niñata y negra consentida, y no soportan que les haya privado de éxitos que ya contabilizaban de antemano en su medallero. No ha fallado por una lesión muscular, que es una manera digna de fracasar (“no pudo ser”), sino por una lesión anímica, y eso es inaceptable puesto que las mercancías que llevan incorporadas alta tecnología carecen de alma.

Biles era un dron, una “device”, una prueba de la superioridad tecnológica de una nación sobre todas las demás. Algo ha fallado. Astronautas hubo que murieron desintegrados en su cohete a los pocos segundos de despegar de Cabo Cañaveral rumbo a las estrellas, en el curso de algo impalpable descrito en los titulares de prensa como “carrera del espacio”. Fueron celebrados como héroes, un día, y apresuradamente olvidados después. El caso Biles es al mismo tiempo semejante, aunque en un marco competitivo diferente, y radicalmente distinto, porque en su fracaso ha entrado en juego su propia voluntad, la libertad (negada) de detenerse cuando no ha podido más.

Siempre es imperdonable el fallo humano en esta clase de carrera, porque ahí uno/una no compite para sí mismo sino por un himno y una bandera, y entonces es preciso ganar sí o sí, y quedar segundo es sencillamente un bochorno para el colectivo. La vida interior de las personas cuenta cero en esa ecuación.

En política, también, el tema parece consistir en ganar como sea, con mentiras, insidias, bajezas, con el recurso reiterado a las cloacas del Estado y a las cajas B. Los perdedores honestos no merecen la más mínima consideración, por parte de los medios. Solo algunos friquis de la política seguimos amándoles y animándoles a seguir en sus trece mientras les queden fuerzas.