Radiografía de una estructura social:
las élites, arriba; el pueblo llano, amontonado abajo; entre ambos, el grueso
muro divisorio. (Fotografía aérea de la Rocca Imperiale de Cosenza.)
Leo en la prensa que Almeida,
el minialcalde de Madrid, pasado por fin el sofocón de los días del Orgullo, busca
una aproximación en estos temas a las “tesis de Vox”.
Pongo entre comillas eso
de “tesis de Vox”. Se decía en tiempos que el “pensamiento navarro” era un
oxímoron. Imaginen entonces las tesis de Vox. Si hay Vox, no son tesis; si hay
tesis, no es Vox. Han saltado a las portadas de los medios gays jubilosos
afirmando que ellos son de Vox, claro que sí, por qué no, hay libertad, ¿no?
No. El joven asesinado en
A Coruña podría explicarlo a suficiencia, si le hubieran dejado la posibilidad
de hacerlo. Quiero recordar aquí que un linchamiento parecido desembocó en
Grecia en la ilegalización del partido ultra Amanecer Dorado. ¿Y aquí? Nuestros
magistrados tienen la palabra. Si el Supremo considerara que el asesinato forma
parte de la libertad de expresión reconocida por la Constitución, pasaría a
alinearse con los asesinos. No es probable que lo haga, pero sí que condene a
los mindundis y deje seguir vegetando en la maceración de sus propios venenos a
los Smiths y las Olonas, los Abascales y las Monasterios. El señor Lesmes debería
hacérselo mirar, con urgencia.
No va por ahí, sin
embargo, mi reflexión del día. La cosa es que, mientras el PP sigue
retrocediendo hacia territorio ultra, el centro político va quedando
desguarnecido. Y dado el horror vacui de
la naturaleza en todas sus manifestaciones, el gobierno de coalición
progresista ha ampliado sus límites primigenios y sus alianzas, que ahora
llegan (ojo, solo en determinados temas) hasta los terrenos cultivados desde
siempre por los empresarios y los obispos.
El asunto podría ser grave
si la coalición de gobierno llegara a resquebrajarse a lo largo del trayecto
debido a las tensiones crecientes, y acabara por morir de éxito.
No estoy pensando en
siglas, ni en grupos políticos homogéneos. Oigan, no hay grupos políticos homogéneos,
no desde luego en el PSOE y tampoco en UP, todos los días se habla de nuevas
picabarallas y dimes y diretes en los distintos cuarteles generales.
De lo que hablo es de la
esquizofrenia habitual en los territorios de la izquierda política. No me digan
que no se han dado cuenta. Ahora mismo hay mar de fondo en relación con el
reciente pacto de las pensiones, unos señalan sus ventajas (indudables)
respecto de la situación anterior, y otros lo consideran una bajada de
pantalones y una invitación a la irrupción del fascismo. Hay quien especula con
lo que diría Marcelino Camacho si levantara la cabeza; pero también Marcelino fue
acusado en su tiempo de traicionar los principios de un sector obrero
particularmente intransigente. Estés donde estés, siempre hay alguien colocado
a tu izquierda para abroncarte.
La bronca llevará razón,
alguna vez; muchas otras, en cambio, no. Y es que la “línea dura” se mueve por
lo general en un terreno estrechamente corporativo, se erige a sí misma como representación
de la “clase”, pero responde nada más a intereses fragmentarios de algunos sectores
de la clase. A veces se trata de sectores colocados en una posición marginal, inermes
ante las políticas; pero otras veces son sectores bien situados, que defienden de
forma encarnizada los pequeños privilegios que les favorecen frente a otros sectores
más desamparados.
Visto el problema en su
conjunto, Isidor Boix diría (lo ha dicho ya) que a ese modo radical de razonar le
falta la síntesis de la síntesis de la síntesis, es decir el espacio donde se
juega en definitiva el porvenir de la clase obrera, considerada realmente como
clase social y no como grupos aislados con intereses fragmentarios y
contrapuestos entre ellos.
Bruno Trentin expresó algo
muy parecido, de modo más abstracto y elegante. Habla en sus Diarios, apunte de
11 junio 1994, de «una izquierda de la gobernabilidad
como condición para asegurar una distribución más equitativa de la riqueza (que
no es ya el medio sino el fin), y una izquierda que ve en el gobierno la
disolución de su identidad redentora»
(las cursivas son mías).
Controlar el gobierno no
lo permite todo (contra lo que algunos creen), ni es en sí mismo una garantía
de cambio para mejor; pero sin gobierno, o llevado el argumento al extremo, sin
política, a la clase obrera solo le queda como solución un holocausto heroico,
aplastada por un enemigo muy superior. Es necesaria entonces esa “síntesis de
la síntesis de la síntesis” que preconiza Isidor Boix. Quizás Isidor hable de
eso el próximo día 12, en la charla que va a tener con Enric Juliana en el
Espai Assemblea de CCOO de Barcelona. Me he apuntado al evento y espero, si hay
suerte, estar allí en modo presencial para escucharles.