John William WATERHOUSE, “Circe
ofreciendo la copa a Odiseo” (1891), Gallery Oldham.
Debo a un ensayo de Carmen
Estrada, “Odiseicas. Las mujeres en la
Odisea” (Seix Barral 2021) algunos de los mejores ratos de lectura de este
verano. Lo he agradecido mucho, en un momento en el que la actualidad rigurosa
solo encuentra insensateces judiciales para ofrecernos.
He dado muchas vueltas en
este blog a la Odisea. He puesto a
Penélope en un altar, por leal, por sabia, por hermosa, por ingeniosa. De Circe
dicen las lenguas de doble filo (Ovidio, por ejemplo) que era totalmente otra
cosa. Y sin embargo, en la película “Ulises” de 1954, o bien el director Mario
Camerini, o el productor Carlo Ponti, colocó en los papeles de Penélope y de
Circe a la misma actriz, Silvana Mangano. No fue deseo de ahorrar en nómina, y
tampoco una decisión inocente. Había en ese doble papel la sugerencia maliciosa
de que detrás de cada fiel esposa hay una bruja depravada, o de que el así
llamado “eterno femenino” se extiende a los dos extremos, y todo Odiseo de barriada
debe estar atento a no beber descuidadamente filtros que se le ofrecen y no se
sabe lo que contienen y a lo que inducen. Los Odiseos están diseñados para campar
en abierto, y las Circes-Penélopes o Penélopes-Circes, tanto monta monta tanto,
a lo que van es a retenerle en el lecho conyugal o cuasi, con filtros amorosos
que inventan o que trafican.
Algo así. Quizá debo
añadir, por escrúpulo de conciencia, que a mí de adolescente, en tratándose de
un filtro ofrecido por la Mangante, lo que fuera, y si había de acabar
encerrado en una pocilga de la isla de Eea, pues vale, adelante, no hemos venido
a este mundo desastrado para luego andarnos con fifiriches, y la Mangante era
mucha Mangante.
Me alegro entonces de la
composición que sobre Circe hace Carmen Estrada (cita también la autora otras
dos reivindicaciones recientes de la diosa, obra de Madeline Miller y Lourdes Ortiz,
que no conozco). Nada que ver con el estereotipo misógino. Circe ayuda a
Odiseo, le ama sin pretender poseerle, y no le retiene cuando él quiere irse. Por cierto,
recuerda Estrada –pág. 123- que, junto a Circe, el héroe olvida por primera y
única vez en la epopeya su deseo de volver a Ítaca. Son sus hombres quienes se lo recuerdan,
impacientes después de un año de estancia, cuando ya la hechicera les ha vuelto
de nuevo de cerdos a guerreros, más altos, fuertes y saludables que antes.
Circe no pone ninguna pega a la marcha de Odiseo, y le da además buenos
consejos y advertencias pertinentes ─que él no siempre va a seguir─ para volver
a su casa, con su Penélope particular.
¿Por qué, entonces, esa
manía secular a Circe, esas acusaciones de bruja, trapacera y engañadora? La
autora arriesga una opinión, que me parece muy fundada en las cosas tal como
son. Copio la cita (p. 135) como gancho para los que se animen a leer este
hermoso libro:
«Lo incómodo del episodio de Circe en la Odisea, lo que
queda enmascarado en la tradición posterior, es que la diosa asume un rol nada
habitual ni en la sociedad real ni en la ficción. Circe es independiente, toma
la iniciativa erótica, constituye el elemento poderoso y sabio de la pareja, y
es el quehacer amoroso de Odiseo el que le permite obtener contrapartidas de la
diosa… La mujer es la que otorga favores a cambio de sexo, y esto no se perdona
fácilmente. Es casi un prototipo inverso…»
Silvana Mangano en el papel de Circe,
en el “Ulises” de Carlo Ponti.