Antonio Ruda, veterano de muy
distintas enfermedades no bien clasificadas, entona el “En pie famélica legión”
junto a la Plaza Mayor de la Villa y Corte. (Foto tomada de su muro en
Facebook)
Buena orina y buen color,
Y tres higas al doctor.
(Luis de GÓNGORA)
La Organización Mundial de
la Salud (OMS) tiene en proyecto incluir la vejez en el censo de enfermedades,
a partir de 1º de enero de 2022. La OMS es muy dueña de hacerlo, pero no deja
de ser una insensatez caballuna. Puede que la vejez sea una enfermedad, según
se considere cuestión tan delicada; pero resulta indudable que la alternativa
es notablemente peor, como le gusta decir a mi cuñado José Manuel, que es una
eminencia médica.
Yo, así por libre, estaría
sin embargo dispuesto a negociar el asunto, sin vetos y sin líneas rojas.
Rodríguez versus OMS, en una mesa de uno
contra uno. Yo, fíjense, estaría dispuesto a la inclusión de la Vejez en el
censo de Enfermedades, a condición de que se incluyeran asimismo la Niñez, la
Adolescencia, la Juventud y la Madurez. A todos estos estadios de la vida van
asociadas diversas patologías, como le ocurre a la vejez. Curémonos entonces en
salud, nunca mejor dicho, y abordemos la Vida misma como una enfermedad desde
el punto de vista científico, institucional y administrativo.
Solo de ese modo podrá
satisfacerse el ansia de globalidad de la globalización en el mundo. O todos
moros, o todos cristianos, se decía antes. O todos sanos, o todos enfermos,
sería la contrarréplica actual. Y si se quiere llevar el tema al delirio de
parcelización tan del gusto de los legisladores de las hornadas recientes, prepárese
una Ley Trans por la cual cada persona podrá decidir, no solo sobre su propio
sexo, sino además sobre su eventual condición de Joven, Maduro/a o Vetusto/a. Los
certificados auténticos expedidos por la Administración rubricarán y defenderán
la adscripción motu proprio de cada cual
a una de las dichas clasificaciones, y cada persona será hospitalariamente
tratada en función de la enfermedad a la que esté administrativamente adscrita.
Se acabó de una vez por todas el poti-poti.
Mientras me llega el
momento de asumir ese trago, tengo intención de solicitar de la autoridad
competente que me sea concedido, como a todos los condenados, un último deseo
antes de que se cumpla la sentencia en todo su rigor. Elijo acompañar a mi
amigo de Facebook Antonio Ruda, presidente de la ONG Parroquianos sin
Fronteras, en uno de sus garbeos por los Madriles vetustos o suburbanos, en
busca de caldos generosos y tapas sabrosas de todo tipo y condición. Desde la
enfermedad senil que ya no consigo ocultar al círculo de mis íntimos, suspiro
casi cada mañana al ver las fotos que cuelga Antonio y sus textos concisos,
informativos y bien regodeados. ¡Antonio, espérame que ahora voy!