Acechando las lecturas de una niña de
bronce. Un ejemplo patente de mala educación. (Thuir, 2019. Foto, Carmen Martorell)
Sigo leyendo “Riccardino” de Andrea Camilleri. En la
portada, un malabarista (giocoliere), obra
de Pippo Rizzo, 1921, hace volar por el aire, en semicírculo, tres pelotas de
colores. En las páginas del interior, Montalbano tiene dudas crecientes sobre sí
mismo. La investigación se está complicando mucho, interfieren de continuo el questore Bonetti-Alderighi, que le quita
el caso de las manos; el obispo (pispico)
de Montelusa que obliga indirectamente a Alderighi a devolvérselo, e
incluso Livia, que quiere ir de vacaciones a Johannesburgo, y a Salvo no le
apetece mezclarse con afrikáners. El
comisario se pregunta a veces qué haría, de estar en su piel, el “otro”
Montalbano, el de la televisión, mucho más seguro de sí, y carismático, que él
mismo. Y en ese bloqueo al que se ve sometido, irrumpe de pronto el Autor, que
le llama desde Roma furioso: «Montalbà,
mi stai facenno scriviri sulla storia di Riccardino un romanzo di merda. ‘Na
minchiata che non reggi.»
Sin confesárselo a sí
mismo, Montalbano desea ser más listo que su doble, e independizarse además de
las insufribles exigencias del Autor, esa “camurria
d’omo”. Él es solo un profesional, no una vedette mediática.
Se me ha contagiado hasta
determinado punto el desasosiego de Salvo. Blanca Vilà comenta en Facebook su
afición a cambiar la fotografía de portada cada poco tiempo, como una forma de
señalar el cambio paulatino que se produce en nosotros: algo en el estilo
Heráclito, no nos bañamos dos veces en el mismo río. Dice: «No, no tengo, creo,
problemas de personalidad.»
Y se me ocurre que yo, que
no cambio nunca ni por casualidad mi imagen de presentación, sí los tengo,
utilizo la fijeza como una coraza ficticia, y me arrimo a mirar por encima del
hombro lo que leen las estatuas públicas, felices ellas que tienen su
personalidad definida para siempre, en bronces. Qué difícil es comparecer
sencillamente como bien dice Cataré, “di pirsona
pirsonalmenti e d’uggenza uggentementi.»
Voy a cambiar de cuando en
cuando las fotos de mi muro, lo prometo. Otras cosas, por desgracia, no tienen
remedio; pero esta, al menos, sí.