jueves, 8 de julio de 2021

LA HISTORIA FALSIFICADA

 


Arriba, Winslow HOMER, “Escena de playa”. Al pie de estas líneas, Peder Severin KROYER, “Día de verano en Skagen”. La misma situación, plasmada en una y otra orilla del océano Atlántico.

 

Mi amiga Isabel Huete se hace eco de una noticia del El Diario, según la cual las galerías caras no quieren mujeres artistas. Ni siquiera ARCO. Para los galeristas, las mujeres artistas son materia prima de calidad inferior; nunca alcanzarán en su trabajo los niveles de cotización de un artista varón suficientemente afirmado en el mercado, incluso si a veces se le adorna en el catálogo con una aureola de inconformista y de rebelde.

Así se falsifica desde hace siglos la Historia del Arte. También se falsifica la Historia a secas, en función de los mismos criterios. Una parte de la historia desaparece de la superficie, es cuidadosamente ocultada. Ocurre algo parecido, incluso, con la Historia de las clases subalternas (pongamos que hablo del Movimiento Obrero), que viene ya viciada de origen al no ser tomada en cuenta como motor de la Historia en general, salvo en momentos excepcionales. Las revoluciones entran en el cómputo, sí, salvo que entonces viene a resultar que también la Revolución es cosa de hombres, y las mujeres dan en ella solo ese tono de fondo de color neutro indispensable para que resalte más el coraje emancipatorio de los varones.

No sé si la cosa tiene remedio a corto plazo; en las distancias largas, mantengo siempre el optimismo. La clave del asunto es que la mujer es considerada distinta al varón: conformada de otra pasta distinta, con ideales distintos, sentimientos distintos y diversiones distintas.

También les ocurre a los perros y los gatos. Como ellos, las mujeres son consideradas un acompañamiento ideal de los ocios de los varones (“la ocupación del desocupado y el descanso del guerrero”, según fórmula consagrada); pero, como con ellos, se prescinde en absoluto de sus sentimientos particulares. Los sentimientos, les vienen adjudicados desde fuera. Llegado el caso, si un perro o un gato exhibe sus sentimientos más profundos sin complejos y sin recato, se le perdona la impertinencia en aras a su animalidad. A una mujer, en cambio, si se deja ir hasta ese punto, se le critica.

Dos artistas, ambos varones, ambos de países del Norte, han captado con agudeza dos escenas de playa en las que se aprecia una situación muy especial, la ola como oscuro objeto del deseo de unas jóvenes en esa edad en la que ya han perdido la inocencia y la inconsciencia de la niñez, y están obligadas a mostrarse muy atentas al “qué dirán”. Ocurre todo en una época anterior a los bikinis, las cremas bronceadoras y la conquista definitiva de la orilla del mar por el género femenino. Los varoncitos chapotean con soltura, con plena conciencia pero ninguna preocupación del hecho de que sus madres les reñirán luego; las jovencitas, por el contrario, se apartan, miran y suspiran, aprisionadas por los faldones, las medias, las enaguas, las cintas, los cordones y los lazos que constituyen su muerte anunciada. Un día de playa es para ellas solo un día más de suplicio refinado.