Portal antiguo, en la isla de Naxos. Un abuso para
algunas posturas políticas, que lo consideran merecedor de derribo inmediato para
facilitar a cada cual echarse al monte por donde le pete.
Me llamaron la atención,
cuando las últimas elecciones presidenciales en EEUU, algunas voces
sedicentemente de izquierda que pronosticaron que Biden iba a ser peor que Trump,
porque los demócratas “empiezan guerras”. Ahora crecen las peticiones de
cuentas a Biden porque “no hace nada” (tampoco guerras, de momento).
“No hacer nada”, en el
tono conversacional habitual en nuestros medios de información y nuestras redes
sociales, es el reproche idóneo para las instancias de izquierda o
centro-izquierda que no se dan suficiente prisa para reparar los destrozos
causados por ese concepto de “libertad” estrictamente individual y egoísta esgrimido
por la derecha-derecha.
Para la levedad
insoportable de tantos comentaristas obsesionados por la ponderación del “justo
medio”, la etérea libertad de la derecha-derecha nunca será tan nociva en la
balanza celestial que sopesa las acciones y las omisiones políticas, como la actitud
tiránica de la izquierda cuando señala marcos, normas, puertas de paso obligado.
El estado de alarma, por
ejemplo. ¿A quién se le ocurre alarmar a la gente, en una situación en la que
mueren setecientas personas cada día y se contagian cuatro veces más? Lo
adecuado era restringir la información, como hizo Ayuso con gran éxito de
crítica y público, y tirar millas sin preocuparse por los que iban quedando
atrás.
Ahora la derecha-derecha
se está oponiendo por principio a la exigencia de responsabilidades por la
omisión de auxilio a colectivos numerosos, como ocurrió en las residencias
geriátricas. Eso sería mirar atrás, cuando lo que conviene es forzar una salida
rápida de la crisis con mucha libertad individual para aquellos que ya disponían
de ella antes.
En cambio, curiosamente,
la Ley de Memoria Histórica ha traído un revival de miradas atrás cuyo objetivo
esencial es culpar de la guerra civil a la República y disculpar a los
golpistas, con el corolario sobreentendido de que los enterrados en las cunetas
se lo habían buscado ellos mismos, y todo dinero gastado en desenterrarlos es
desperdicio.
La derecha-derecha
reescribe de ese modo torticero la historia de España y la del mundo, encaramada
sobre la atalaya de una falsa objetividad: Bolsonaro es malo, pero Lula era
peor; Keiko es mala, pero Castillo pésimo; Orbán es malo, pero algo hay que
hacer con la ola de migrantes delincuentes.
La insoportable, por leve,
cúpula judicial española suscribe mayoritariamente esta visión torticera.
Y cuánto echan de menos las
derechas-derechas a Donald Trump. Tan idiosincrático, tan suyo, tan inimitable.
En comparación, los que le han sucedido al frente de los destinos de tantas
matrias, “no hacen nada”.