Cartel del homenaje de ayer a Juan
Marsé.
Ayer hizo un año que murió
Juan Marsé. Cumple, por consiguiente, un año completo de inmortalidad, y en la
Biblioteca El Carmel-Juan Marsé, con la colaboración del Ayuntamiento de
Barcelona, le montaron un homenaje lleno de cariño. Lo presidió la alcaldesa Ada
Colau; sea dicho en su honor ahora que arrecia en los medios la enésima campaña
en su contra, instigada por gentes a las que jamás se les ocurriría homenajear
a Marsé, ni pisar el barrio del Carmel, ni leer historias de charnegos.
A cada cual su gusto.
Eduardo Mendoza anotó ─sin hacer mucho hincapié, como es costumbre suya─ que
Juan Marsé es un «escritor universal que, sin salir de sus cuatro calles, es
leído en todo el mundo». También señaló una característica de su amigo que no
mucha gente ha detectado, a saber que «… era un hombre muy culto, muy informado
y que formó parte, probablemente, del grupo de intelectuales más sofisticados
de España, pero quería ir a su bola.»
Marsé creó un universo
literario que “sin salir de sus cuatro calles” abarca toda una humanidad en
ebullición. No cuenta historias tiernas, sus protagonistas pueden ser trepas,
esnobs, egoístas, hipócritas, mercenarios. Les motiva la supervivencia en un
medio hostil, y les acompaña a lo largo de su particular odisea el manejo de
una peculiar mitología pre-digital, la de las “aventis”, chirimbolos de una
fantasía marginal que se sitúan a medio camino entre la realidad oculta, la
ficción reveladora y la memoria cinematográfica, porque siempre nacen del flash
deslumbrante de una escena de folletín de una película en blanco y negro en un cine
de barrio en el que una taquillera providente ha colado a cuatro pilletes sin hacerles
pagar entrada.
Marsé tiene algo de
Dickens y de Balzac, y sin duda los leyó y los estudió con más provecho que
nadie. Gracias a Eduardo Mendoza, por recordar su jerarquía y su estirpe. Gracias asimismo a los promotores de un homenaje más que merecido, Silvia
Querini, Juan Cruz, Ada Colau, Berta Marsé, que leyó una nota significativa
encontrada en la bolsa de mano que su padre se había llevado al hospital en su
último ingreso. Gracias también a Gloria Gutiérrez, que conoce de largo tiempo mi
debilidad por el autor y se acordó de invitarme a un acto que resultó imposible
para mí por otros compromisos.